lunes, 8 de noviembre de 2010

OTRA VEZ DE BOTELLÓN

Estuve con mi nieta pasando el día en Ávila y me libré de la epidemia televisiva de todo el fin de semana, la visita del Papa.

Treinta y dos horas de estancia, gastos a gogó, tropecientas mil personas siguiendo su huella, su loor y su olor (muchas menos de las que esperaban), cumplimentos de todo tipo, pierdeculos con tal de andar cerca de una foto con el ilustre, declaraciones que suenan a la Edad Media, o sea, como siempre, restos de idas y de venidas, de preparativos y de recogidas, desalojos y controles y signos elevados a la enésima potencia.

Tengo la impresión (no tengo datos y no lo puedo demostrar, pero aspiro al sentido común) de que casi toda la fiesta está montada desde la propia organización y desde los medios de comunicación, pero no se puede ni se debe desestimar el gentío que arrastra este líder. Las diócesis se vacían, las parroquias se gastan el ahorro del año y muchos fieles se dejan la piel con tal de acudir a la llamada de los intermediarios eclesiásticos. Y todo desde el mismito día en que es nombrado de aquella manera guía de los creyentes porque el día anterior no importa nada.

A mí lo que seguramente me llame más la atención sea el clima emocional que se crea con cualquier visita de este tipo. Me cuesta mucho entenderlo, tal vez porque no sepa analizarlo bien. Hay mil variables que me convocan a apuntar sensaciones, pero me quedo con esta porque, después de todos los disparates, me parece la más espectacular.

La melopea y el ambiente de humos y de ruidos vienen preparados, con mucho tiempo, desde las parroquias y desde las diócesis. Nunca estas concentraciones son espontáneas y la mejor prueba es que llegan de casi todos los lugares del mundo y que las circunscripciones compiten por arrimar más fieles que los vecinos. Al final son casi siempre los mismos. El ambiente de fiesta, por tanto, está muy bien preparado desde mucho tiempo antes, con el ensalzamiento del Papa como figura espectacular y semidivina.

Cuando las preparaciones se concretan en los actos, las predisposiciones no pueden ser más favorables, las patatas crecen entonces en cualquier peñasco. Y empiezan a producirse sucesos y anécdotas que se convierten en categoría y hasta en apariencias de milagro. De ese modo, una mirada del Papa conmociona, un paso cercano deja impregnado de alabanza todo el recinto, encontrarse a una distancia corta de él se convierte en una gracia sobrenatural, verle mover un dedo implica enseguida la interpretación de no se sabe qué santa voluntad… Y, si se tiene la suerte de que a un fiel le dé la mano, ese ser, agradecido, no se lavará hasta que no le obliguen los vecinos.

Tal parece el ambiente que, como ya he dicho en alguna ocasión, se prepara un ambiente de botellón místico en el que bien se podría ya concretar el juicio final y ser elevados todos a los altares de la borrachera y de la adoración eterna. No sé a cuántos bendecirá el Espíritu Santo con nuevos fieles engendrados en sus familias para el reino de Dios. Que lo estudien los sociólogos, como estudiaron los efectos de los apagones de Nueva York.

Desde un punto de vista racional, me resulta tan difícil darle ajuste a tanto desajuste, buscarle explicación a lo que, si la tiene, la tiene en otros parámetros, pero estos son los de la deshumanización, los de la degradación y los de la negación de uno mismo. Me gustaría poder sentir alguna borrachera como esas, algún atrevimiento como los que veo en ellos, pero no logro ver más que a un coordinador de prácticas que no siempre me parecen precisamente las de mejor ejemplo.

Pero miro a otras partes y no veo nada demasiado diferente. Hay forofos del fútbol que organizan su vida en pos de sus equipos y que se pillan cada curda emocional y física cuando su equipo gana que no los veo sino en otro botellón místico continuado, como los de este fin de semana. Y qué puedo decir de los fans de no sé qué cantantes que se tiran los días y las noches al raso con tal de conseguir un puesto cercano al divo en los conciertos y están dispuestos a entregar lo que haga falta por un gesto cualquiera. No tengo que bajar demasiado el diapasón de la exigencia para comprobar que hay seguidores de líderes políticos que dicen siempre amén a lo que diga el superior en el organigrama. Se me llenan las manos de ejemplos en la vida en los que el ser humano pierde el oremus por símbolos idiotas.

Será irremediable tal vez la existencia de referentes y de líderes para casi todos nosotros. Pero ¿tiene que ser a cualquier precio y sin ningún resquicio para que la razón opine y se haga fuerte?

Qué botellón, Dios mío, qué botellón, qué droga esta tan dura y no poder domarla ni encauzarla.

1 comentario:

Caminante dijo...

He llegado traída de la mano de Manolo.
Un buen trabajo el tuyo, hecho con humor y con razón.
Un abrazo desde MadrDi/Getafe: PAQUITA