Hacía mucho tiempo, seguramente años, que no dedicaba tanto tiempo a la lectura de un libro y a pensar en su contenido. Lo acabo de hacer con “La interpretación de los sueños”, esa obra tan emblemática de Freud, tan citada y no sé si tan leída. Durante buena parte del mes de setiembre mis ojos han pasado por sus abundantes páginas, en el formato electrónico, del que ahora dudo si será el mejor para obras largas de este tipo y naturaleza.
Es un libro sin duda turbador y que no puede dejar indiferente a ningún lector avezado.
Y, sin embargo, a mí me ha dejado un sabor muy agridulce. Reconociendo las capacidades de su creador, entendiendo la enorme huella que ha dejado en muy diversos campos de la ciencia y de la cultura de todo el S XX, desde la ignorancia que se me tiene que suponer en este campo de la investigación, me quedo bastante vacío por la forma de acercarse a la interpretación de algo que me parece tan confuso como los sueños y sobre todo por las relaciones y simbolismos que se establecen entre los elementos oníricos y las realidades conscientes.
“El sueño es la realización (disfrazada) de un deseo reprimido”. Bueno. Será, Aceptado.
“El sueño siempre enlaza con acontecimientos del día anterior”. Vale.
“El sueño recoge… aquello que en la vida diurna no posee sino carácter secundario”.
En el fondo, “lo infantil es la fuente onírica”.
Y luego todo el enorme bulto de conceptos: Preconsciente, inconsciente, represión, placer y displacer, angustia (que procede de fuentes sexuales), ideas latentes, procesos oníricos, implicaciones lingüísticas: sinonimias, similicadencias, metáforas…; deseos infantiles reprimidos, transferencias del mundo preconsciente al inconsciente, especulaciones psicológicas…
Todo para dar cabida a la explicación de los sueños, para intentar dar acomodo a cada uno de los elementos que se han manifestado en el mundo de la inconsciencia. En este intento de acomodo, en esta interpretación es en la que yo me pierdo y me aniquilo. No acabo de entender la base científica y racional para asimilar un hecho a una idea o un matiz a una causa tan diferente en la vida real y consciente.
Me parece que el propio Freud va con pies de plomo y, de vez en cuando, echa el freno y pone reparos y admite otras posibilidades.
De todas las apasionantes posibilidades que se ofrecen en tantos sueños analizados, me han interesado más aquellas que se refieren a elementos lingüísticos. Afirma Freud: “Los discursos orales que en el sueño aparecen son siempre reproducciones exactas o solo ligeramente modificadas de discursos reales”. Qué fuerte. Qué mundo se abre para entender el mundo de la creación literaria y para indagar en el mundo de la retórica y de la semántica. Cuando se afirma que toda obra, en alguna medida, es autobiográfica, no se está diciendo nada demasiado diferente a esto.
Por lo demás, la obra viene a reflejar una vez más que acaso no somos demasiada cosa; tal vez simplemente una pequeña suma de impulsos químicos que se controlan o que se descontrolan, que se esconden o que se lanzan a la vida y a la superficie cuando el pudor se elimina. Es el estado de reposo o de semivigilia el más apropiado para que lo reprimido se lance al ruedo y exprese sus armas y sus condiciones.
Ha pasado un siglo y los principios se mantienen, los instrumentos también. Pero seguro que lo hacen más afinados y con menos imprecisiones.
Las investigaciones de Freud perturban y dejan al lector al borde del abismo. Seguro que las posteriores indagaciones aún lo dejan en situación más expuesta. C´est la vie.
sábado, 6 de noviembre de 2010
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