Era un día de septiembre,
un día muy señalado,
de aquellos que el cielo cubre
con rayos de sol cuajado.
Los árboles brillan verdes,
sobre todo los castaños,
que apuntan en sus erizos
el fruto de todo el año.
A las diez de la mañana
-está todo calculado-
las gentes suben a misa
a pie, en coche o a caballo,
unos suben monte arriba,
otros vienen monte abajo.
Hay en el monte una ermita
en medio de los castaños,
donde se venera y reza
a una Virgen todo el año;
se apareció hace ya siglos
a unos pastores honrados
que guardaban en el monte
sus hatos y sus rebaños,
desde La Garganta a Béjar
pastando en todos los prados.
“Levantadme aquí una ermita,
erigidme un santuario,
yo convertiré el paraje
en lugar santo y sagrado,
yo bendeciré los ríos,
los montes y los regatos,
los árboles y los aires,
las montañas y los campos.”
“Hay peste en tierras de Béjar,
hay muerte en todos los barrios,
nadie puede huir del mal,
los enfermos ni los sanos.”
“Yo curaré tanta herida,
yo sanaré al desangrado
y evitaré que sus cuerpos
sean tan pronto enterrados.”
Eso dicen que decía
la Virgen desde el castaño.
Joaquín e Isabel, los pobres,
cual pastores asustados,
fueron con la buena nueva
corriendo hasta su poblado.
Ya se aceleran las gentes,
ya viene el pueblo clamando,
para implorar a la Virgen
con el rezo del rosario.
Ya se erige allí una ermita,
ya la peste se ha calmado,
ya tiene sitio en el monte
la Virgen y santuario.
Desde entonces, cuando llega
el otoño cada año,
se asoma la Virgen Santa
a un mirador floreado
y bendice las industrias,
las tierras y los mercados,
las calles, casas y parques,
las personas del ducado.
Por la carretera arriba,
por la carretera abajo,
con aspecto satisfecho
bulle el gentío bejarano;
vienen gentes madrileñas,
llegan hombres comarcanos,
de España entera se juntan
los vecinos y paisanos.
Cuando a las doce del día
el sol luce en lo más alto,
otra luz más clara sale
del templo procesionando.
La gente se agolpa y mira,
echa piropos rezando,
canta salves, grita y clama
a su Virgen vitoreando.
Después la Virgen regresa
del mirador paso a paso,
el sol brilla con más fuerza,
el monte está más dorado,
siguen los olés, los vivas,
los cánticos, los aplausos.
La Virgen regresa al templo,
todo el fervor concentrado.
Hay un olor en el monte
del incienso derramado,
la Virgen ríe contenta
de emoción, de amor sagrado.
El juglar hoy solo cuenta
aquello que le han contado.
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