A don Rubisardo la muerte le vino a coger cuando andaba ya por los noventa y muchos. Cosas que pasan más pronto o más tarde. Había vivido muchos años con doña Eudosia y respondía a unos apellidos con alcurnia, pero está visto que ante la muerte todo hijo de vecino hinca la rodilla y se desploma como si nadie estuviera en su auxilio.
Hasta los últimos días de su vida, don Rubisardo salía temprano a comprar el pan y algunas viandas necesarias para su pasar diario. Doña Eudosia andaba renqueante y apenas se podía mover. Y don Rubisardo era muy cumplido, no creáis, y muy hombre y muy familiar, que todo hay que decirlo.
El caso es que hoy yo no quería hablaros de su persona ni de su carácter sino de una de sus últimas conversaciones con el tendero, aquel de la esquina de su barrio con el que tantas veces había pegado la hebra.
Don Rubisardo había asistido -como todo hijo de vecino: aquí vecino quiere decir de aquella vecindad pues todos sabemos que hay vecinos de otras vecindades que se sientan a la puerta y ven sin preocupación cómo pasa la crisis y ni siquiera les saluda- a todo este desbarajuste de los últimos años y no se enteraba demasiado pues no comprendía tantas opiniones como oía en los medios y en la calle. Don Rubisardo era persona sencilla y hasta elemental pero no se callaba fácilmente.
Aquel día, cuando salió a comprar el pan y Rogelio, el dueño de la tienda de la esquina, hombre modoso y entendido, cortaba carne detrás del mostrador, don Rubisardo se sentó, como se sentaba cada día, frente a él y, hasta que no apareció un cliente nuevo, le cosió a preguntas, en busca de algún remedio para su maltrecha cabeza.
-Rogelio, ¿no se producen ahora tantos tomates como hace tres años?
Rogelio asintió y siguió con sus cortes afilados.
-Y vacas, ¿no hay ahora tantas o más vacas que hace unos años?
De nuevo Rogelio lo miró y sonrió.
-Pues claro, ¿no ves la buena carne que despacho yo cada día?
-¿Y patatas? –volvió a preguntar ya casi cogiendo carrera.
-Yo las tengo muy baratas y no sé cómo quitármelas de encima.
-¿Y pan, qué pasa con el pan? -ya don Rubisardo se aceleraba y sus preguntas se convertían en expresiones retóricas que anhelaban la respuesta rápida y positiva del tendero.
-Pues claro, hombre. Aunque hace mucho que no sube el pan y debe de andar al caer.
Entonces el anciano se levantó de la silla y extendió las manos en ademán de protesta.
-¿Y zapatos, y telas, y arroz, y, y… -y se quedó con el y en la boca como atropellado y nervioso.
Rogelio no tuvo más remedio que volver a asentir y a dejarse en el aire una sonrisa.
Este fue el momento en el que don Rubisardo levantó los ojos y exclamó:
-¿Entonces donde coño está la crisis ni la madre que parió a la crisis?
Rogelio, hombre entendido y razonable, se quedó pensativo y pasó en un momento de la sonrisa a la mirada seca y a la expresión circunspecta. Y pensó para sus adentros, sin atreverse a responder a don Rubisardo: “Pues la verdad es que, así planteado… parece que hasta tiene su razón este buen hombre.”
Rogelio era comerciante y estaba acostumbrado a la compraventa de productos; él bien sabía qué era eso del por mayor, de los plazos, de las acumulaciones y de las especulaciones: él mismo había atesorado una pequeña fortuna a base de remover compras y ventas.
De repente, mientras don Rubisardo seguía esperando respuesta -o más bien confirmación de sus protestas-, Rogelio dejó la carne y se sumió en el asunto que tanto preocupaba a su cliente. Y se atrevió a musitar:
-A ver si el asunto va a estar en la distribución y no en la producción…, a ver si lo que se ha revuelto es la avaricia y el acaparamiento…, a ver si lo que anda manga por hombro es el reparto…
Y se quedó mirando a don Rubisardo y en silencio.
Del silencio solo lo sacó el siguiente cliente, otro anciano que iba también a buscar el pan y a matar el gusanillo de la soledad pegando también la hebra con quien primero se pusiera en su camino.
Desde que la muerte se acordó de don Rubisardo, Rogelio anda más pensativo y el corte de los filetes de solomillo no le sale con la misma precisión. Será tal vez eso de la crisis, quién sabe.
domingo, 6 de febrero de 2011
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