sábado, 28 de febrero de 2009

ESAS PALABRAS TUYAS SIN SENTIDO

ESAS palabras tuyas sin sentido,
madre,
¿tienen algún sentido?
¿Qué buscan en el tiempo?
¿En qué tiempo conjugan?
¿Es quizás tu presente más presente,
tu pasado un olvido y no conoces
las formas del futuro?
¿Quién es tu receptor? ¿Para quién hablas?
¿Cuál es tu nuevo código
que solo tú descifras y articulas?

Aquí no hay más personas que tú y yo.

Yo que, a diario, presumo y hasta ejerzo
de sesudo lector, de trapecista
de códigos lingüísticos,
me encuentro a la intemperie,
buscando algún atisbo,
cualquier raíz o red de relaciones
que me lleve a la luz
y me aleje tal vez de la penumbra.

Vamos a mirar juntos,
madre,
la luz del horizonte.

Estoy aquí, a tu lado,
ten compasión de mí, de mi torpeza,
de mi inmensa ignorancia.
Estoy aquí, contigo,
ante ti, junto a ti, sin ti, por ti,
buscando la verdad de tu palabra,
la exacta melodía de su significado.

Aprenderé tu idioma
y nos iremos juntos
a donde tú me lleves.
Aprenderé la voz de tu silencio,
silenciaré tu voz desde mis besos.

viernes, 27 de febrero de 2009

EN BUSCA DE LAS FLORES DEL ALMENDRO

Hoy salvo en estas líneas los brotes de la vida, el vagido primero de las primeras hojas en las ramas, las flores del almendro que se había hecho esperar.

Había ido otras tardes en busca de las flores del almendro, mi primera muestra del cambio de sentido, de ciclo y de ilusiones. Este año todo se había retrasado. Llegó el final de enero y no había nada, se pasaron los días de febrerillo el loco y no había nada. Yo bajaba con ansias porque tenía en mi ánimo la certeza de que en esa solana el almendro se agita y se sublima muy pronto cada año.

Hoy el gozo fue doble. Todo el almendro en flor, ungiéndose de sol y de tibieza, luciendo sus colores, vestido de domingo, subido allí en las piedras que adornan la ladera, cerca del puente de la estación, mirando sorprendido las nieves de la sierra, mostrándose atrevido, como estrella de Hollywood en noche de los Oscar.

Pero al almendro le ha salido enseguida un competidor que se le enfrenta tan solo a pocos metros. Son las primeras hojas del castaño que han entreabierto el ojo, que apuntan tiernecillas y se asoman a ver qué pasa ahí fuera, que se entregan al gozo de la vida, a crecer y crecer, a vivir a su aire y a su sombra. Hoy las vi sorprendidas, infantes, asustadas, pequeñitas, encajadas un poco en el capullo que las ha cobijado tanto tiempo. Se echarán a la vida, crecerán sin reparos, se harán grandes, darán sombra a las tardes del estío.

Las flores del almendro, del almendro que sigue allí en su puesto cada año, que me revive tiempos ya pasados, que me acerca a otros seres ya distantes, que me enseña que todo es poco o nada. Y las hojas primeras y en mantillas del castaño temprano.

Qué gozo ver la vuelta de la vida, el eterno retorno del ciclo misterioso que me acoge en su seno por un tiempo, que me permite ver, sentir y amar. La luz ya se ha vencido. Volverá alguna tarde de fríos y de sombras, pero ya no hay batalla, se ha rendido a la luz todo lo que fue muerte y anduvo en el olvido.

jueves, 26 de febrero de 2009

CONSUMIRSE Y CONSUMARSE

Últimamente tengo la suerte de que con algún colega (en realidad casi solo con Alfonso, que la realidad es la que es y no da para más) pego la hebra y el nivel de la charla se eleva y hasta me lleva a niveles que realmente me complacen. Tampoco es mucho rato, porque los tiempos aprietan y las ocupaciones también. Cómo me gustaría que se prodigaran con otras personas estos momentos, tan distintos de la simple descripción y de los hechos más mostrencos.

El caso es que hoy mismo el tiempo y el espacio nos llevaron por la calle Mayor y, cada uno a su manera, se fijaba en lo que se veía: en la gente que iba y venía y en su sentido, en los comercios vacíos y en su significado, en la situación general y en su significado, en el sistema económico y vital que nos acoge y en su significado, en…

Y apareció el ser humano desde su realidad numérica como motor del cambio y de la necesidad de nuevos planteamientos, o sea, eso de que sencillamente somos muchos, demasiados, y de que es la presión demográfica la que primero y principalmente empuja en todas direcciones; la necesidad de ajustarse a la realidad física, social y financiera como forma de saber a qué estamos jugando; la importancia de entender que este sistema se consume a sí mismo por principio y que no tiene fin su desajuste; la comprobación de que otros ensayos (socialismo, comunismo…) parecen imposibles con este tipo de ser humano que hemos creado; la sugerencia de que una revolución radical para partir desde cero es impensable y el reconocimiento de que los cambios son parcialísimos y siempre con freno y marcha atrás; la observación de que todo el mundo que ejerce influencia anda a ver cómo capea el temporal y más adelante ya veremos lo que pasa; la necesidad de que los teóricos del asunto digan algo, si es que saben y no andan en la inopia también; y la ilusión de que, si esto no aguanta así mucho tiempo, tal vez a nosotros ya no nos pille por el camino (¡qué egoístas!).

El final de la calle Mayor se ofreció abierto, se bifurcó y nos dejó a cada uno de nosotros camino de nuestras casas respectivas. Yo me marché pensando y rumiando un poco más todas estas variables que me dejaban preocupado y reflexivo.

No sé si este sistema tendrá realmente mucho o poco recorrido, lo que sí parece evidente es que es malvado en sus propios términos, que se consume y nos consume a todos con él y que seguramente no nos consumamos en él y desde él (del verbo consumar, no consumir). Porque echa uno la vista al frente y no vislumbra cambios en esta escala de valores que conforma al hombre. Los partidos políticos y las fuerzas sociales (unos con ideales y otros con intereses) buscan la mejor forma de gestionar este jodido sistema y no hacen otra cosa que tratar de salvar obstáculos para encontrarse con otros al día siguiente del mismo o de mayor calibre.

No apunta un nuevo hombre allá por el otero, ni se vislumbran luces de distintos colores, el patio anda intranquilo, pero todos miramos a nuestro propio ombligo y a sálvese quien pueda.

Ya que nos consumimos -resulta inevitable en este y en cualquier otro sistema-, consumemos las ansias (del verbo consumar, no te equivoques y fastidies la magia), sintamos que hemos llegado lejos en algunos aspectos, y que, en esos momentos, se vaya todo al cuerno, todo menos lo que se está consumando en esa hoguera. Porque en lo otro, a uno le quedan ganas de gritar que eso de consumarse, de llegar a lo sumo, aún queda un poco lejos de eso que llamamos especie humana y no sé si no nos consumiremos antes de consumarnos.

Y no juegues al juego de la lengua: la sílaba, el sonido, la semántica, la vaguedad entera y el deseo, tan lejos y tan cerca.

miércoles, 25 de febrero de 2009

DOS DÍAS DE LECTURAS

Estos días de carnaval me permiten refugiarme -algo más- en la lectura. Entre ayer y hoy han pasado por mis manos y mis ojos cuatro textos bien distintos de los que apunto cita: “Momentos transversales”, Antonio Manilla; “Hilos sueltos”, Fernando Menéndez; “Maquillaje”, Pedro Casariego; “Orfeo XXI. Poesía española contemporánea y tradición clásica”. Y cómo se comprueba una vez más lo extenso y lo variado que es esto del mundo de la creación.

“Hilos sueltos” es una compilación de aforismos, un género creo que bastante cultivado, aunque no tan publicado, que me deja, como todos los textos de esta cuerda, con el ojo echando chispas en algunos casos y con la sensación de la tontería y de la tautología en otros. Me quedo, por supuesto, con los del primer tipo y procuro explotarlos, repensarlos y en ocasiones glosarlos y extraer de ellos algo de jugo. Su lectura me ha vuelto a la memoria otros libros que he leído en las últimas semanas y meses del mismo tipo. Textos de Morante, de Comendador (aquel No pasa nada si a mí no me pasa nada) y de algún otro. Hasta en este palo tan concreto, las variantes son muchas, casi inabarcables. Quizás como en ningún otro se marquen los desniveles, incluso en la misma página. Y otra vez es la personalidad del autor la que florece en cada chispazo. Por eso los de tendencia filosófica, aquellos en los que puede más el ingenio que la idea, los que se manifiestan a corriente de los posos literarios. En fin, mucho aforismo, mucha idea condensada, mucho chispazo suelto. Cuidado con tocarlos con los dedos: dan calambre.

Los otros tres libros son ejemplos de la poesía más al uso, aunque bien diferentes. “Momentos transversales” es el más actual. No me parece definitivo, pero de él anoté varias imágenes y consideraciones que me pueden servir. Hay un deje de asunto personal, de poesía de la experiencia, más sentida que vivida, que me resulta próxima y que me agrada.

“Maquillaje” es ejemplo de la experiencia intensa pero solo para iniciados. Defiendo siempre que el acceso a la realidad desde el poema no puede ser el del acceso a esa realidad en condiciones normales. O sea, con el maestro fray Luis, que esto “es negocio de particular juicio”. Pero también es verdad que a mí no me gusta sobrepasar los límites de cierta claridad, de un hilo conductor y narrativo, y de una trascendencia simbólica. No es precisamente el caso de este libro. Y por eso lo aparto respetuosamente y lo dejo en el juego y en el cálculo.

“Orfeo XXI” me rejuvenece un poco y me pone contento y animado. Se busca en esta antología mostrar un buen compendio de poemas del siglo veinte con ascendencia clásica, con referencias griegas y latinas, con mitos en su base, con aproximaciones a los mundos que han servido de base a tantas reflexiones más recientes. Guardo en los anaqueles mi versión poética de las Metamorfosis: “En un fluir eterno e incesante (Metamorfosis)”, casi doscientas páginas de poemas basados en Ovidio, que me ocupó un buen tiempo, mucho esfuerzo, aún más satisfacción, que creo que tiene algún mérito, pero que aguarda paso y reposa tranquilo. Veremos qué sucede en el futuro. “Orfeo XXI” me ha devuelto las ganas de volver a los mitos y a las fábulas desde una versión libre, más libre y más maldita, más juguetona y personal, una versión en la que pese yo más que el poema clásico. Es un mundo que me atrae, creo que en él andan las bases de casi todo lo demás y el camino que he hollado me tendría que servir. Ya veremos. Tal vez será un intento fallido, como tantas veces.
No siempre leo a este ritmo de despachar cuatro libros en día y medio. Serán los carnavales y otras cosas.

Y otra vez me descubro dando opinión sobre otros textos cuando me había propuesto hace ya tiempo bajarme de ese empeño por incapacidad y por respeto a todos. Me salva que es tan solo en breve apunte. Vale.

Este era -y es- el primer poema de mi “En un fluir eterno e incesante. Metamorfosis”:

INVOCACIÓN AL CAOS

Y SIEMPRE me has dejado en la estacada;
siempre tras tu presencia en el principio,
en el principio de todos los principios.
Porque antes del principio,
antes del mar, la tierra,
todo lo que los cubre con su manto,
dicen que existía el Caos.
Y el Caos ¿es la materia?,
¿es el principio oscuro
que todo lo adormece y lo almacena
sin orden ni concierto?
¿En nombre de qué ley, de qué principio,
se deja desvalida la materia
y el principio, el impulso, el exabrupto,
¿de dónde tomó fuerza?,
¿!quién lo empujó a salir por los caminos!?

Tienes que dar la cara limpiamente,
sin inventar tapujos intermedios,
sin símbolos ni signos ni arquetipos.
¿Por qué nos sobrevives
con esta angustia a cuestas?
Queremos convertirnos
en tus dioses menores.

Después nos dormiremos
con el gozo aprendido
de que allí estaba el aire, el mar, la tierra,
de que el cielo y los astros, con su fuego,
fecundan desde lo alto nuestras vidas,
de que nosotros somos carne viva.

Y el dios arcano Caos
se mudará de trono,
y haremos comunión el universo.

Nota a pie de página: Vino además Manolo y trajo su botella de buen vino y pasamos un rato en mi terraza y hablamos y escuchamos a Bach y a los dichosos ortodoxos con su música excelsa y vimos caer la tarde con sus tonos cada vez más helados. Y nos pareció bien, como cuando se dijo que “el mundo está bien / hecho”.

martes, 24 de febrero de 2009

BERMEJO ABATIDO

Tienes que echar el cierre y relajarte, dedicarte a las cosas del sentido, olvidarte de los malos humores y crearte tu mundo, comulgar con tu pan y cenar al amparo de un sitio reservado. ¿Te enteras, cascarrabias? ¿Qué esperas alcanzar menudeando en los predios ajenos, haciendo caso a todos los cotillas que pasean por el reino? Además, ¿quién coño te hace caso, bicho raro?

Será verdad todo eso, compañero, pero déjame desahogarme. Bien sabes que me corto cada día, que mis deseos serían los de llenar las líneas con palabras más gruesas y chillonas. Además, me sirve de desagüe y me serena. Bueno, no sé. A ver si es hoy la última y vuelvo a concentrarme en los volcanes de saliva, en los pubis de sombra y en los cuerpos tendidos con aspecto de diosa o de sirena. Llama más la atención, eso es seguro.

Ha dimitido -o han cesado en sus funciones, para el caso es lo mismo- el ministro de justicia, Mariano Fernández Bermejo. Vale. Un ministro, para la vida de casi cincuenta millones de personas, no tendría que significar ni lo que una gota de agua en el desierto. Así que a pasar página y otra vez al placer de los sentidos. Pero no es tan sencillo todo esto. Hay unos hechos que teóricamente han provocado esa dimisión y, sobre todo, hay unas consecuencias que alcanzan a la forma de vida de muchas más.

Aquí mismo se dejaron escritas palabras de rechazo por lo que simbolizaba aquella famosa cacería y las connotaciones que acarreaba. Los acontecimientos son los que son, y las conjeturas, siempre muchísimas más, también son las que son y las que seguirán siendo.

Muy por encima de todo esto, está el proyecto social y político que acompañaba la labor de este ministro y que había justificado su nombramiento. Tenía que ver con la puesta al día del mundo de la justicia: oficina judicial, nuevo reparto de tareas, acceso a la carrera judicial, horarios, recursos… Con la iglesia hemos topado, dijo Sancho (¿o don Quijote?, ahora no caigo). Tengo para mí que algo parecido se podía decir hoy, cambiando el término por el de justicia.

Este ministro poseía un carácter que, según cuentan algunos, no le favorecía mucho: no era demasiado dialogante y sí un poco arrogante y hasta he oído que intransigente. Tal vez por eso tuvo enseguida encima a casi todo hijo de vecino de ese mundo. Después vimos las huelgas como ejemplo. Hoy dimite y se marcha. No pudo con el pulso.

Se ha nombrado a otro, dicen que dialogante y de perfil distinto. Consecuencia: volverán los diálogos, los diálogos que piden los que quieren que todo siga en sus manos, se cederá a sus voces, seguirán ostentando los mismos privilegios, seguirá la justicia aguardando otros tiempos, y todos más contentos.

Sucede en la justicia pero ocurre también en todos los ámbitos de la vida. Siempre sale triunfante el acomodaticio, el que se ajusta a las exigencias de todos, también del que es más fuerte, el que no plantea dificultades al que está más arriba, el que vive al amparo de la dulce medianía, el que se calla y sigue, sigue con sus prebendas, por supuesto. Repaso cualquier puesto de la administración y me sale el mismo cuadro en la pantalla, la misma solución. Ay de aquel que se atreva a manifestarse con alguna claridad y con criterio propio. Tiene el camino hecho y es mejor que se olvide. Vale la componenda, el no alzar la voz, la no molestia, el ajustar sin relieve en la estructura.

Aquí hay que revisar con mucho aguante, y con mucha energía, demasiadas cosas, demasiados conceptos, demasiados poderes, demasiadas teorías que se dan por supuestas como tantos prejuicios. Y un campo que hay que arar con vertedera es el de la justicia. Y cuando sale un tío con dos bien puestos, todo se vuelve en contra hasta cazarlo, abatirlo y exhibirlo delante de la gente.

He robado el título de la entrada de hoy de un periódico nacional experto en caza mayor con identidad humana. Esta es una pieza más. Nada le importa con tal de cuadrar cuentas. Allá ellos. Yo siento otra vez vergüenza.

Bermejo es una anécdota, con todos mis respetos para él. Aquí se juega duro y se dispara con pólvora y con balas de grueso calibre. Hay gente acojonada que tiene mucho peso y que gobierna. Andamos marcha atrás. Lo pagaremos.

Vale, calma tus ánimos, recrea tu mirada en los confines largos de la tarde, suspira por los sones de esa música intensa y armoniosa, sueña con los perfiles que tú quieras: es gratuito. Y deja que se acoten los espacios. Tal vez tengas más suerte y te distraigas. Vale.

lunes, 23 de febrero de 2009

NO PUEDE SER VERDAD

No puede ser verdad lo que yo pienso. Padezco de manía persecutoria, producida tal vez por algún deseo mal curado que se esconde y se niega a dejarme y marcharse. Me tengo prometido no hablar de algunos temas pues me repito más que la morcilla. Pero no puedo hacerlo. Algo me tira de no sé qué tripilla y no me deja quieto ¡Yo quiero ser normal, soñar con lo que sueña todo el mundo, dejarme de pamplinas y gastarme las horas en esas cosas tan sabrosas que complacen a todo hijo de vecino!

Por eso hoy, con la mayor seriedad del mundo, vengo a pedir auxilio a quien caritativamente pueda ayudarme a poner mi cabecita en orden y sosiego.

Los siguientes son datos, no opiniones. En el telediario de mediodía de TVE han dedicado nueve minutos y quince segundos al asunto del cese del ministro de justicia, a su sustitución, a las opiniones de los representantes políticos y a lo que este hecho puede suponer para la justicia en España. En el mismo informativo se ha cubierto la noticia de la entrega de los oscar con trece minutos exactos. Y aún me queda la duda de si no he contado un minuto menos. La prueba la he hecho reloj en mano porque ya me esperaba algo así. En honor a la verdad he de decir que este asunto de Hollywood lo han dividido en dos bloques y que lo han ofrecido como segunda noticia del día. Tengo derecho a pensar que el hecho de darla como segunda noticia les ha chafado el entusiasmo de haberla dado como primera y que la división en dos bloques de la segunda obedece a la vergüenza que habría supuesto endilgarnos casi un cuarto de hora seguido de fastos cinematográficos y a lo que significa envolver el telediario con el mismo hecho al principio y al final. Pero estas son opiniones mías y puede que no respondan a la lógica. O sí.

Pues estos son los datos en minutos. Después vienen las caras, la división de contenidos, los comentarios añadidos, los escenarios utilizados, la aquiescencia y lo otro. En fin, todo ese mundo.

No escucho en ningún sitio ni pizca de protesta, ni un poquitín de duda, ni un átomo de reticencia. Y por ninguna parte, ni de derechas ni de izquierdas. Todos cerca del cielo, a un paso del orgasmo, con la patita al aire y otras cosas, rendidos sin condiciones, como con un espasmo.

No puede ser verdad lo que yo pienso. Yo pienso que esa meca de ilusiones, eso llamado Hollywood no es más que una infinita fábrica que exporta en monopolio una escala de valores que muy escasamente tiene que ver con la razón y con el esfuerzo, que basa sus productos en elementos físicos, en estrellas y dioses de la nada cuyos únicos méritos, en demasiados casos, son sus medidas justas para asuntos de sexo y poco más. Y pienso que la escala de valores que pasean a golpe de talonario y de falsas apariencias sirve sobre todo para continuar con el estatus en que se encuentra el mundo, sobre todo los de ese mundo tan selecto en fiestas, apariencias y cartera. Y pienso muchas cosas que no me atrevo a poner en el papel porque son demasiado gruesas.

No puede ser verdad lo que yo pienso. Hay demasiados millones de personas que se rinden y se entregan a todo este mundillo. Y no deberían estar todas equivocadas.

No puede ser verdad lo que yo pienso. Tengo que hacer algún cursillo acelerado de cine para que no me asusten todos estos saraos, para no despotricar con todas mis fuerzas contra tanta gente, para apreciar los valores de un vestido de moda, de unos pechos al viento, de un discurso aprendido de unos treinta segundos, de unas vidas cortadas por el patrón del lujo, de creerme que todo lo que dicen responde a la verdad y no a la pose más asquerosa y sucia, que se enseñan a medias para crear más morbo. Tengo que aprender a cantar las excelencias del cine americano con toda su potencia, con toda su verdad.

No puede ser verdad lo que yo pienso. Necesito de veras la ayuda de la gente. Estoy dispuesto a ello pues tengo que andar ciego en mi conciencia, negado en mi cabeza para entender lo bueno de este asunto, la incalculable ciencia que destila, lo hermoso de su esencia y su existencia.

No puede ser verdad lo que yo pienso pues es mucho peor que lo que escribo. ¿Alguien quiere ayudarme? Se recompensará. Estoy dispuesto a ser un buen alumno. Tengo una gran ventaja: me queda todo por aprender pues ahora mismo soy alumno objetor pero en proceso de conversión sincera.

¿Hay alguien que me salve? ¡Pero qué bueno es Hollywood!

domingo, 22 de febrero de 2009

SETENTA AÑOS DESPUÉS

“Estos días azules / y este sol de la infancia”. ¿Qué iría a salir de aquí? ¿Qué cuadro dibujaba este boceto? ¿Hacia dónde apuntaría la reflexión?

Pasan estos por ser los últimos versos de don Antonio Machado, encontrados en su bolsillo, como débil apunte tal vez de algún recuerdo. Hoy se cumplen setenta años de su muerte, de su triste muerte, con la proximidad de su madre, con el desgarro de una parte de su familia, con la tristísima historia de su patria, con el destierro horrible de su pueblo, con tanta sinrazón y tanto desvarío.

“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero”. Acaso no haya que ir mucho más lejos para justificar el principio y el final, que tan bien se abrochan y se convocan mutuamente. Empezaría a apuntar la primavera, el sol era un infante crecidito, los días eran claros, luminosos, pidiendo el azahar para el sentido, todo era inocencia tierna, niñez a manos llenas, con el futuro entero por delante, la vida al descubierto y el mundo bien dispuesto para el placer entero.

Pero llegó la historia, la historia de su pueblo, el árbol de la ciencia que derribó los ídolos, que prendió fuego al mundo de la superstición, que asentó los criterios razonables, que despertó las ansias de proclamar a todos la hondura de la tierra y la necesidad entera de dar con el criterio más humano. Y llegaron los símbolos, ya para siempre y para todos: la tarde, los caminos, el sol, las tierras yermas, la envidia y la modorra, el extraño actuar del señorito, el aire del Moncayo, el ocaso y la muerte, la España de charanga y pandereta, las heridas del árbol y el dolor de la vida…

“Converso con el hombre que siempre va conmigo / -quien habla solo espera hablar con Dios un día-; / mi soliloquio es plática con este buen amigo / que me enseñó el secreto de la filantropía…”

¿Qué tiene este buen hombre, cargado con el don del desaliño, humilde y escondido, solitario y “ligero de equipaje? Lo habré dicho más veces: salvo el traslado a su obra de rasgos simbolistas, no es él precisamente un poeta rompedor. Incluso hay mucho snob que lo proclama del siglo diecinueve. Para ellos la perra gorda.

Yo creo que es un ejemplo de lo que necesita la poesía -tal vez cualquier actividad humana-: que el autor la sustente con un modelo de vida coherente y de base común con su poesía. Después los altibajos en la obra -como en la propia vida-, los rasgos modernistas o la severidad de la época madura, las enseñanzas múltiples de Juan de Mairena, el pozo inagotable de esta filosofía para pobres, la sensación constante de que es un tipo honrado, la descripción que supera los datos y alcanza la sugestión, la melancolía con que se adoban los textos narrativos, los encantos sin cuento de un tipo normalito…

Hoy van setenta años de su muerte, de su vida en los textos, de su ejemplo en las obras. Siempre lo he reconocido como uno de mis referentes y de mis maestros. Hoy no podía ser menos.

Abrí por cualquier página y leí este poema:
XCIV

En medio de la plaza y sobre tosca piedra,
el agua brota y brota. En el cercano huerto
eleva, tras el muro ceñido por la hiedra,
alto ciprés la mancha de su ramaje yerto.
La tarde está cayendo frente a los caserones
de la ancha plaza, en sueños. Relucen las vidrieras
con ecos mortecinos de sol. En los balcones
hay formas que parecen confusas calaveras.
La calma es infinita en la desierta plaza,
donde pasea el alma su traza de alma en pena.
El agua brota y brota en la marmórea taza.
En todo el aire en sombra no más que el agua suena.

Nota a pie de página: Esta noche se entregan los oscar. La corresponsal de TVE declara desesperada y casi llorosa en su crónica que ha pasado un día entero tratando de sonsacarle a la colega Penélope Cruz qué vestido iba a llevar colgado en la ceremonia y no lo había conseguido. ¡La madre que los parió a todos!

sábado, 21 de febrero de 2009

EN OTRO TIEMPO

Me he refugiado en casa en esta tarde, después de hollar el campo mucho rato esta mañana. Sé que el mundo anda al aire, disfrazado con no sé qué ropajes, que hay grupos que desfilan, se exhiben, cantan, bailan, forman grupos, buscan formar cortejo de otros cuadros que no son los del pan de cada día, que anulan los prejuicios y las normas, que se hunden en la broma, el regocijo, en la risa y el juego. En pleno carnaval.

No me siento llamado a ese festejo, no conozco sus reglas ni sustento sus ritos, descreo de lo expresivo de esas necesidades de una vez en el año. Pero no quiero tampoco despachar el asunto con un simple gesto de rechazo. Están ahí por algo, son fiestas muy antiguas, preceden a otros ritos de signo religioso, surgen de los impulsos más humanos -y algún empuje de nivel publicitario-, afectan a los juegos más simbólicos, airean las costumbres más pacatas y las dejan colgadas y secándose durante algunos días. Ya se empeñó la iglesia -por si acaso y siguiendo sus costumbres- de poner enseguida el contrapunto con lo de la cuaresma. Aquí no se escapa nadie de purgar los pecados en otro ramadán organizado para castos y ricos que pueden pagar bulas y esconderse en refugios bien seguros.

Yo vivo al mismo tiempo pero en otro tiempo, sencillamente viendo pasar el tiempo, pero curioseando un poco por mi tiempo. Porque, cuando uno vive, tal vez no suceda nada. La gente va y viene, entra y sale, come, dormita, estudia, reposa y juega al tute -el mus es otra cosa reservada solo para los tipos más aventajados-, mira, toca, se extraña, se va poniendo vieja.

viernes, 20 de febrero de 2009

POR FUERTES Y FRONTERAS

Es febrerillo loco el que me enseña que los días se van estirando, que la sombra se va haciendo ya tiras y que los contrastes son cada día más visibles. La terraza me llama, la mirada se alarga y los campos empiezan a mostrarse, muy poquito a poco, de otro color menos oscuro.

La cigüeña se acuesta en sus nidos y parece aún en el último sueño cuando paso por las calles estrechas de esta ciudad, también estrecha toda ella. Allá en lo alto, seguras y alejadas de todos los peligros, muestran sus cuerpos blancos y encogidos, inmóviles y como despreciando la primera presencia de la luz.

Unas manos inicuas me han robado la presencia serena de unas cigüeñas que eran vecinas y que formaban barrio con mi casa. Tengo que conformarme con verlas y admirarlas volando por las tardes o en estas amanecidas grises y frías.

No sé si no se habrán equivocado con regresar tan pronto. Debían de barruntar la primavera, la tierna primavera, pero se equivocaron. Apenas ha despertado la tierra de su letargo y aún todo se cobija y hasta se esconde en el interior de la tierra y de las ramas desnudas. Tendrán que esperar días hasta verse en su ambiente, hasta sentirse tibias, hasta lanzarse al aire y a los campos, hasta volar sin freno, hasta desplomarse inmóviles en sus nidos fabricando la vida. ¿Y qué harán hasta entonces? ¿Qué verán cuando miren? ¿A quién le contarán sus aventuras? Porque han marchado al sur en el invierno, han traspasado mares, con el agua en el fondo como único paisaje, acaso en lejanía habrán visto algún barco y se habrán acercado hasta sus palos exhaustas y con aire complacido, se habrán echado al mar para un descanso, habrán abierto alas para tener timones y apuntar el camino con dirección correcta, habrán sentido miedo y tal vez las más débiles habrán abandonado la aventura para quedarse inertes en las aguas. ¿Y cuando vieran tierra? Qué feliz aventura, qué gozo tan intenso, qué noches allí arriba, cerca de las estrellas. ¿A quién pueden contar sus aventuras?

Hay que atizar la lumbre y llamar pronto al sol para que las caliente, hay que urgir a la tierra para que eche a vivir a las flores y a las hierbas del campo, hay que gritar el canto de la vida para que las cigüeñas puedan hundir sus picos en busca de comida. ¿A quién van a contar sus aventuras? ¿Dónde van a encontrar sus alimentos?
¡Se van a morir de hambre y de frío, pobrecitas!

Pero vengo a pensar que, a pesar de sus penas, han tenido un viaje sin fronteras, nadie les ha pedido el pasaporte, ni han visto alambradas que les impidieran el paso, no se han encontrado con policías de frontera ni han tenido que estar escondidas para pensar el viaje. No saben las cigüeñas de patrias ni naciones, desconocen las leyes de extranjería y no buscan papeles ni huyen de la presencia de la policía.

Tal vez alguna parte del trayecto lo hayan hecho en paralelo con alguna patera cargada hasta los dientes de inmigrantes, ateridos y ocultos, ayunos de papeles, vacíos de cariño, con guardias a la espera, con huidas en medio de la noche, con tributos tremendos a favor de los peces, en camino hacia una meta preñada de peligros.

He visto esta mañana a las cigüeñas subidas a las torres de todas las iglesias. He pasado un buen rato con Youssouph paseando y hablando. Esta tarde he reunido ambas imágenes. Lo demás llega solo, fluye sin convocarlo, me deja aquí sentado pensando en muchas cosas.

jueves, 19 de febrero de 2009

EL CENTRO DEL ALZHEIMER

El centro del alzheimer de Salamanca es tal vez el mejor de los dedicados a estas dolencias en toda España. Es el más reciente y seguramente el que incorpora los últimos adelantos en edificación y en elementos humanos. Este centro sanitario está situado en una suave colina desde la que se ve buena parte de la ciudad, con sus luces y sus edificios de piedra y de ladrillo. Desde allí se observan muy bien los atardeceres y se adivina el horizonte. Sus largos pasillos permiten la contemplación sosegada de lo que bulle por toda la ciudad y sus contornos.

Pero sobre todo, en el centro del alzheimer de Salamanca trabaja un equipo humano extraordinario que deja sus esfuerzos y sus desvelos en favor de unos enfermos desvalidos y que, a día de hoy, no tienen esperanzas de recuperación. Cada día que acudo a él puedo ver con qué mimo se trata a los pacientes, con qué desvelos se mueven las cuidadoras, las enfermeras y los médicos, siempre con el afán de paliar en lo posible las deficiencias de los internos.

Hoy me ha sorprendido una actividad hasta el punto de dejarme sin poder de reacción. En una de las dependencias se había reunido un nutrido grupo de personas y, al son de una música suave, habían organizado un baile con los enfermos. Y allí estaba Pepa, y estaba Palmira, y bailaba Paqui, y se enlazaban para marcar unos torpes pasos los demás internos, y les ayudaban bailando también los trabajadores, y todo parecía un hermoso barullo buscando algo de terapia a partir de la música. No sé cuál puede ser el grado de eficacia pero el ambiente era enternecedor y relajado. Sospecho que andan iniciando experimentaciones con diversas terapias sin saber aún cuál puede dar resultado y cuál no. Esta quizás no sea de las peores.

Los miraba enmimismado y pensaba en qué manera aquellos pacientes habían dejado atrás la conciencia de aquellos movimientos que tantas veces habrían realizado en la vida y que acaso ahora, por unos instantes, rescataban del olvido en un sueño imposible. Y pensaba en la forma en la que muchas personas dejan atrás sus vidas para sumergirse en la niebla y después en la nada.

Son los últimos metros de una carrera que se acaba a ritmo lento y que va pregonando ese final con una voz suave y unos ecos cada día más débiles. No está mal el contraste con la vida en las prisas, con el correr continuo, con las acciones siempre al servicio de lo que manden los deseos.

Allí las horas suceden más despacio, la tarde se mece en el sol que se queda en el ocaso y yo siento mis pasos más pesados, más lentos y distintos. Sobre todo cuando me marcho y dejo lo que dejo en su interior.

miércoles, 18 de febrero de 2009

"LOS MOZOS DE MONLEÓN" COMO PRETEXTO

Supongo que el trabajo, el mundo físico y humano que lo rodean y que lo sostienen informan de manera determinante las costumbres, los pensamientos y hasta la escala de valores de cada uno de nosotros. Yo trabajo en algo que me gusta (no el trabajo sino lo que en él se ventila, que tengo que aclararlo siempre) y que me parece importantísimo para el ser humano. Se trata del mundo de la educación. Invertir en ese mundo esfuerzos sigo pensando que se trata de la actividad más productiva y a la vez más económica. Por eso ando también aquí en eterna contradicción pues a la pereza de comenzar el trabajo se suman las ganas de no dejarlo cuando algo me dice que se ha cumplido el tiempo.

En mi centro de trabajo se han iniciado esta mañana unas jornadas de teatro en las que participa un ramillete de grupos procedentes de diversos lugares de la provincia. Todos son muchachos animosos, que se inician en las tablas y en la representación, que se sueltan y se desinhiben, se transforman y dejan en evidencia también sus deficiencias y, en todo caso, que se esfuerzan como no lo hacen en ningún otro contexto. Para todos ellos mi aplauso y mi ánimo. Ellos son una prueba palpable de que al ser humano hay que favorecerle los contextos apropiados para que desarrolle sus capacidades y de que la enseñanza tiene mucho de trabajo y de aclimatación personal a lo desconocido y a lo que en principio cuesta, pero que tiene que tener muchísimo más que ver que lo que ahora mismo tiene con la creatividad y con la conexión acertada con esas pulsiones personales de cada uno.
Pero el minuto de reflexión de hoy no me ha llevado a eso, que no es poco, sino a algo más liviano aparentemente.

Con los primeros grupos han venido los gallitos provinciales de la representación provincial: delegado provincial de educación, jefa de la unidad de programas, inspector de zona… Vale, colegas, que los conozco a todos y me llevo bien con ellos aunque “no son de mi cuerda”. Y toca inaugurar estas jornadas. Intervenciones oficiales sin preparación, de esas de cumplir el protocolo. Tampoco pasa nada: lo que se ventilaba allí era lo que traían los grupos de teatro. Pero una vez más se cumple lo que me parece una contradicción evidente. Eso que llaman autoridades educativas, en esta región de derechas y que oficialmente siempre se oponen a las leyes educativas, que, resumidamente, vienen a defender que en la educación hay que enseñar contenidos y que los valores ya se enseñarán en casa, o sea, eso de la libertad de los padres a educar a sus hijos según su voluntad y sus creencias, o sea, eso lo de la Educación para la Ciudadanía, como último ejemplo, dedican seis de sus cinco minutos de intervención a recordar lo importante que es educar en valores, en aplaudir las actividades que, a primera vista, no están regladas ni pertenecen a ningún tema de ninguna asignatura.

Pero, almas de cántaro, ¿en qué quedamos? Pero ¿no veis que hacéis el ridículo delante de cualquiera que se eche a pensar un momentito y le ponga al asunto un silogismo en bárbara? Pues aseguro que es así siempre, que lo veo yo con mis ojitos y lo oigo yo con mis orejitas. Me muero de la risa en estos casos pero también siento un cosquilleo de enfado cuando me paro a pensar en ello.

Mis alumnos tendrán cumplida cuenta de lo que allí se representó pues están obligados a pensar por su cuenta en un escrito. Y pienso dedicar un tiempo a ello, aunque bien sé que no es del tema doce. Ni del trece, coño.

Esta mañana se toparon los muchachos con una adaptación de “Los mozos de Monleón”. Tendrán que opinar acerca del amor familiar, de los ritos iniciáticos en las comunidades para “hacerse más hombre”, y algo tendrán que opinar con las adaptaciones de esos ritos a su época: tal vez la imagen de un muchacho chulito montado en una moto en un día de verano no sea mal ejemplo. Y a ver qué pasa. ¿O es que yo no educo para algo? Con dos cojones.

Y que vengan a discutirlo conmigo. A ver qué pasa también. Falsos, más que falsos.

Nota a pie de página: La adaptación era del malogrado Ángel Carril. Recordé su figura y recordé viejos tiempos. La leyenda lleva nombre de pueblo muy próximo al mío. Los ritos iniciáticos de la obra son igual de ancestrales y de poco recomendables que algunos de hoy mismo. Y, sin embargo, siguen existiendo. Y la obra es una tragedia en toda regla que, como todas las tragedias, se escribe y se presenta desde el final y no desde el principio. Mi marcador de entradas me recuerda que llevo ya 500 en este blog: ¿Debería celebrarlo? Y ya está bien de pie de página.

martes, 17 de febrero de 2009

DOS PULSIONES DISTINTAS

Cuando salgo a la calle, me encuentro con personas. Una se llama Juan, otra Pepito, a algunas las conozco y las saludo, a otras las sitúo en el apartado de los que me suenan de vista y a otros pocos -casi todos- los dejo que se vayan y que vengan a su antojo porque no los conozco.


Pero todos tienen piernas y brazos, ojos y narices, cabecita en su sitio, capacidad de pensamiento, todos nacen y crecen y, “en un día como tantos, descansan bajo la tierra”.

Cada uno anda a lo suyo: a comprar sus viandas, a llevar el niño al cole, a preparar comidas, a pasear al sol que más calienta, a ordenar bien sus cuentas, a pensar en sus hijos y en sus padres, a criticarlo todo desde su perspectiva, a ordenar sus recursos, a cultivar sus gustos. Quiero decir sencillamente, serenamente hablando, que cada individuo parece que anda como si fuera solo, como si toda la realidad se conformara en torno de sí mismo, como si nada existiera que no fuera al servicio de sí mismo. Cuando tiene una casa procura que sea la mejor, y si tiene un comercio está obligado a buscar la ruina del de enfrente para quedarse con toda la clientela.
Le puede la pulsión del individuo frente a la presencia y la importancia de las otras personas que forman la comunidad. Cuando hay que teorizarlo, sostiene que el individuo existe antes que la comunidad, que las comunidades se conforman con la suma de individuos y que todo el esfuerzo tiene que estar encaminado a satisfacer los deseos y las libertades de las personas pensadas como seres individuales. Es un esquema básico del liberalismo.

Así contado hasta parece que suena bien. Pero veamos.

Cuando salgo a la calle, me encuentro con personas que van de un lado a otro. Todas tienen sus nombres, impuestos por sus padres. O sea, que tienen padres. Es más, los engendraron y tal vez los criaron y aguantaron sus caprichos, encauzaron sus vidas y tal vez los mantienen todavía. El cole de sus hijos lo comparten con otros niños que tienen sus gustos propios y salen a jugar con sus retoños, que tienen que sentarse al lado y han de aguantar su turno para intervenir en clase o ponerse en la cola delante de ese niño. Las viandas que compran las tienen que coger de alguna tienda y hay alguien que despacha, y otros que las cultivan y las limpian, y acaso les toca también esperar su turno pues hay otras personas que también quieren compras, y también tienen gustos y también tienen niños, y también tienen manos, y también tienen piernas, y gastan las aceras, y hasta pagan impuestos para que el primer niño pueda ir al colegio con sus padres. Y cuando esos individuos quieren hablar, han de hacerlo con las demás personas, que escuchan lo que dicen -tal vez muchas bobadas-, y les responden siempre, y entablan con simpleza cualquier conversación, y se ven sorprendidos por el feliz milagro de la comunicación, y hasta se sienten, coño, un poco más felices compartiendo experiencias, y vuelven por la calle y se aseguran de que hay un cierto orden en las cosas, y pueden dar sus pasos porque existe ese orden, y pueden ir seguros porque existe ese orden, y viven y respiran porque hay un cierto orden que asegura la existencia de esos individuos…

Es esta la pulsión de la conciencia de la comunidad, del ser en sociedad, de la ciudad en suma, de todo lo que suma convivencia, de entender que en la Tierra somos siete mil millones de individuos, que no hay definición del ser humano sin esa variable que apunta a lo social. La vida se explica solo por la necesidad del ser humano de alcanzar la presencia de los otros, del grito angustioso por pedir otras manos, de repetir sin pausa la pregunta quién anda por ahí, de juntarse, mirarse y fusionarse, de crear cosas nuevas con el empuje de todas las manos. Es otro esquema básico de un cierto socialismo humanista.

La Historia nos demuestra el empuje diverso de las dos tendencias. Supongo que ambas buscan el bien del ser humano. No parece que vayan por el mismo camino.

No entiendo las bondades de la primera fórmula. No concibo el valor del individuo si no es en el contexto de la comunidad. No hay ni genios aislados: todo su ser se explica en los contextos. Su mejora mejora al individuo y le permite ser más uno mismo, igual que la mejora del individuo hace mejor al grupo. Descreo de los sistemas que necesitan poner en guardia a sus miembros por el peligro que tienen de ser devorados por los otros miembros de la comunidad. Y no me extraña nada, por supuesto, que sean sus defensores más acérrimos los que se sitúan en los mejores puestos económicos y sociales de la cadena de mando. Mucho más me duele y me sorprende que haya miembros explotados en la comunidad que aplaudan esos métodos. Acaso porque quieran sustentarlos en otros asideros poco humanos, muchos más esotéricos, mistéricos, de lesa religión.

Conozco los principios del utilitarismo, del interés como motor del hombre, del instinto supremo de la supervivencia, del tremendo trajín de las especies, de la oculta explosión del egoísmo, de la necesidad que siento de que me dejen solo tantas veces, de la coz que les doy en el trasero a tantos ciudadanos. Pero es que necesito levantarlos para que yo pueda volar sin cortapisas, tengo que mejorarlos para que pueda salir sin esconderme, tengo que andar al quite para poder dedicarme mucho tiempo. Seguramente es cosa de egoísmo, de egoísmo racional, de sensación de vida más cumplida, de mejora de especie, de convivencia sana.

Vuelve a asaltar la duda de cómo se concreta mejor la ayuda si desde la soledad o desde la batalla en campo abierto. Pero está ahí la batalla ante los ojos y huir es de cobardes.

lunes, 16 de febrero de 2009

CONCIERTO EN SOL MAYOR SOSTENIDO

En la nave central de aquella iglesia se apilaban las muecas de los muertos, de los que, con el eco de la tarde, buscaban otras luces y se dejaban llevar por los impulsos de sus gargantas ebrias. Era la hora en que todos alzaban su plegaria hacia la altura, buscaban el perdón de sus miserias, se abalanzaban contra todo signo sagrado y anhelaban la boca de quien salmodiaba desde las esquinas.

Una lentísima procesión logró ponerse en marcha. Los cantos se mezclaban, se alzaban los brazos, se rasgaban las túnicas y se aplicaban cilicios en los cuerpos. Los más llagados suplicaban más tortura y los menos iniciados miraban implorantes, como novicios dulces, como iniciados tiernos. Las mujeres alzaban sus vestidos, desnudaban sus cuerpos, gritaban suplicando los fuegos del escarnio. Gritaban las mujeres, los hombres repetían los gemidos; los hombres gritaban, repetían gemidos las mujeres. Chillaban y gritaban y gemían los hombres, las mujeres, los niños, las mujeres y los hombres. Gemían los niños, los niños gritaban y chillaban. Los hombres y mujeres se afanaban en proclamar los gritos, hacían chillar a todos los niños de la iglesia. Los brazos de los hombres se elevaban por encima del cuerpo de los niños. Y gritaban los brazos de los hombres, chillaban y gemían en sus dedos, apuntaban al cielo y arañaban el suelo. Las cabezas de todas las mujeres lloraban en gemidos, chillaban en sonidos cortantes e imprecisos, se ofrecían en círculos a las manos gimientes de los hombres. Y los niños en fila chillaban y gemían buscando con sus manos las cabezas de sus madres y las gimientes cabezas de los hombres. Y todas las gargantas se llagaban de voces, gritos, lloros y gemidos. Los ojos de los niños y los hombres destilaban las sales del grito y la amargura.

Después de una estación, callan y mueren, resucitan y vuelven a los gritos, se vacían las cuencas de los ojos, se mezclan mientras chillan los hombres, las mujeres, los niños. Las caras se enrojecen con un color de sangre y de fatiga. Vuelve la turbamulta al griterío, a chillar las mujeres, a gemir los más jóvenes y a suplicar los hombres.

La segunda estación y la tercera. Gritos, gemidos, lloros, los chillidos al viento y al espacio. Y así todo el calvario. La tarde se desploma y el cielo se revela en griteríos. La luz es una llama, se asoman a la nave de la iglesia los pájaros, las nubes y los vientos. Y gritan todos juntos, y salmodian en un caos infinito. Los cuerpos no son cuerpos, son un cuerpo moviéndose en compás descontrolado.

Pero llegó del fondo de la nave, tal vez del coro oscuro y escondido. Y fue un suave sonido, la dulzura y la miel en un suspiro, la bondad en los ecos, la armonía en el viento, la calma y el sosiego, el compás acordado, “la música callada”, “la soledad sonora”. Todo encontró otro sitio. Nada buscó otro asiento. Todo alcanzó quietud. Los cuerpos volvieron tras sus pasos. Las filas encontraron su fiel alineamiento.
Se alzó la voz del canto, de aquel canto armonioso surgido de las voces de algún coro ortodoxo que no quería mostrarse. Las paredes oyeron y cantaron, los cielos se acordaron de lucir con más fuerza, las nubes y los vientos se quedaron colgados, el tiempo se olvidó de dar un paso y se quedó dormido.

Todo se está perdiendo en la armonía: los hitos, el ocaso, las formas de las cosas, los latidos, el sentir la presencia. Y todo es ya la nada. También ese sonido, que fue rumor, fue eco…, fue ya nada, es nada, nada, nada.

N.B. Para Antonio Merino y para Manolo Casadiego, dos melómanos reconocidos.

domingo, 15 de febrero de 2009

LA ESCOPETA NACIONAL Y LOS SANTOS INOCENTES

Mi juego eran los zancos, subido en altas torres de madera, mirando desde arriba las esquinas y la vida pasar como si nada; era mi infancia el calvo y era el aro, sonando por las calles todo el tiempo, y era, cuando tocaba, el tirachinas, aquella pequeña horca de madera con unas gruesas gomas cortadas a destajo de cualquier liga vieja. Mis juegos eran…, mis juegos eran mi infancia y mi infancia mis juegos. Era también la pesca a mano en el río Quilama, que nos daba unos peces sabrosos para los domingos por la tarde, y era mirar los nidos y sorprender la vida en cualquier rama.

Después supimos todos que andaban en el monte jabalines (dejádmelo así escrito, que me gusta y es el nombre serrano), que volaban palomas, que las cabras y cerdos hacían compañía a los conejos, que la tórtola podía venir a casa y andar por los tejados a su aire, que la golondrina se hacía vecina nueva en las paredes de la iglesia, que el pardal era el amo de todos los rincones. Y que todo subía y bajaba por el monte con el calor del sol y la pizarra, con el agua del río, con el cielo en el fin del horizonte.

Nunca fui cazador de casi nada, ni siquiera de nidos; solo me sorprendía con los huevos, con los pequeños pájaros creciendo en cañamones, con las rabizas moviéndose en los charcos, con la chicharra zumbando en el verano y con la paz eterna del silencio nocturno de mi pueblo. Ay, mi pueblo y su gente.

Pero siempre hubo escopetas dispuestas para la caza del conejo y sobre todo del jabalín. Todavía hoy presumen en mi pueblo de cazas abundantes, tiran cohetes cada vez que cobran una pieza y casi es día de fiesta cuando vuelven con ellas y las extienden en medio de la plaza, para la ostentación de los trofeos, para dar noticia a todos del resultado del día o acaso para dar rienda suelta a cualquier sentimiento.

Hay otros lugares en los que se convocan gentes de cacería para cobrar el corzo, el jabalí (para estos jabalí), el muflón o el venado. Allí las gorras verdes, los pantalones a juego, la canana repleta, las migas en su punto, todos los ayudantes en sus puestos y al servicio del magnate de turno, conduciendo rehalas, desbrozando caminos, preparando comidas, arrastrando las piezas cual santos inocentes, comiendo en sus apartes para no hacer más mezclas, agachando y subiendo la cabeza a la espera de órdenes por un puñado de euros. Las fincas se hacen hitos, las parcelas se acotan, se pagan a millón las escopetas, se presume y se ostenta con la palabra y el gesto, con la apariencia y hasta con la matrícula del coche.

En esta escopeta nacional berlanguiana han pillado al ministro de justicia, un tipo al que tenía por ser sesudo y ágil con la mente. Este tío es otra cosa de más peso y más largo recorrido, lo sé de buena fuente. Pero, con esta escopeta al hombro, me ha dejado de piedra. No lo encajo en el tópico, no soporto su imagen en medio del jolgorio y de ese simbolismo tan casposo. Eso tiene que ver con los marqueses, con condes y vizcondes, con reyes, si me apuran, con nuevos ricos y con directivos de centros de poder.

Ya sé que esto es minucia comparado con tramas financieras y políticas, con desfalcos modernos o ya rancios, con posturas políticas que apuran en preceptos lo que les interesa y se olvidan de cualquier elemento que sea ético. Ya sé que un hecho de estos no asegura ningún desaguisado legal ni judiciario. Ya sé que el árbol nunca es la visión del bosque. Ya sé que la carroña es comida de buitres: a la menor debilidad del bicho se han levantado todos y ya nublan el sol con sus graznidos.

Pero, coño, ese símbolo…

En su obra de teatro más celebrada, Miguel Mihura hacía comparecer a un cazador con unas piezas al cinto y con la etiqueta marcada con el precio. No cabe mejor forma de ostentación fallida. Hoy algo me recuerda esta escena del teatro del absurdo.

Yo que, serenamente, me sumo a la protesta, exijo, sin embargo, alguna línea divisoria que nos marque lo lícito y lo ilícito, lo que cae en el campo de la ética y aquello que conlleva dimisión fulminante. Me hace muy poca gracia ver ahora tanto traje de cartujo entre aquellos que tienen como misión en la vida olvidarse de todo criterio ético y forrarse al amparo de todos los preceptos, burlados con todas sus carretas de influencias y abogados.

Andan a tiro limpio las escopetas nacionales. Los venados y ciervos se asustan en el monte cuando un rifle los descubre y selecciona en su punto de mira. Esos mismos cervatillos, en formas más humanas, se asustan al andar por las ciudades y los pueblos de esta piel de toro embravecido. Convendría no engañarlos con formas refinadas, pues corren el sano peligro de echarse a pensar y tal vez luego de echarse al monte y organizar su frente de batalla. Que ya está bien de tantas escopetas, con mira telescópica o con sistemas refinados de ingeniería financiera en la recámara.

sábado, 14 de febrero de 2009

A LA VERA DE LA VERA

Yo había concertado por UNA-nimidad de mis narices un día claro y hasta luminoso porque yo tengo mano con el cielo. A Antonio M. le encargué la búsqueda de una buena ruta y la elección de un buen sitio en el que poder dar gusto a las necesidades alimenticias. O sea, que habíamos quedado a medio camino entre Cáceres y Béjar para vernos, para pasar el día y para comer juntos. Y la mitad del camino viene siendo Plasencia.

Hay días en los que cuando uno se levanta ya el sol anda en lo alto. Hoy era uno de ellos. Alguna razón habría. Todavía me dio tiempo a echarle los ojos a las hojas del libro que traigo entre manos. Mi terraza me vuelve a llamar a cada hora pues he decidido volver a ella después de muchos días de aparente hibernación.

Dejamos la sierra con la cara blanca y con la falda oscura, y nos fuimos camino de Extremadura, esperando ver los campos con otra cara más despierta, alumbrando quizás la primavera. Pronto nos dimos cuenta de que, cuando el sol sale, lo hace para todo el mundo, y de que, cuando le peta esconderse, también lo hace riéndose de todos. O sea, que tampoco la primavera ha estallado en esas tierras por más que sus prados ya verdean y anuncian que en tres días echarán a la calle savia nueva. Por el contrario, las montañas de la sierra de Segura mantenían la nieve después de ocho días en lo alto. Al fondo, en el horizonte de la sierra de Francia y de la sierra de Gata, sucedía lo mismo con sus crestas y sus lomos.

Decidimos ya juntos poner rumbo hacia la Vera, a ese valle del Tiétar que guarda las nieves en lo alto de Gredos, el calor de la ladera sur, el agua de sus gargantas desatadas y el tesoro de Yuste, aquel monasterio del emperador, el contraste más grande que vieron las historias, el refugio más parco para el poder más grande.
Tampoco en ese valle ha roto aguas la primavera, aunque anda ya en ello y parece que siente los primeros dolores. Pronto será la vida.

Estuvimos en Cuacos, subimos hasta Yuste, y nos fuimos hasta Jarandilla. Nos bebimos el sol y las cervezas gratis, que también en los Paradores se equivocan a veces y lo cobran con creces en las demás ocasiones. Y comimos menú de Parador. Y hablamos y reímos mucho rato. Y esta vez sí pagamos, con propina incluida. Y fuimos unos duques (¿eran los de Oropesa?) durante unas tres horas. Y presentimos buena primavera a tenor de la nieve que se acuesta este año en aquellas montañas. Y trajimos al habla y a la mente otros días por aquellos lugares, agostados y rotos, otros sitios lejanos que aguardan recibirnos en verano. Y nos hicimos fotos.

Y, coño, nos marchamos, que se dormía la tarde poco a poco y aún había que acercarse a Garganta la Olla, lugar tan destacado en otros tiempos. Juro que no íbamos de picos pardos: éramos dos parejas y muy bien avenidas. Paseamos un rato por el pueblo, visitamos la iglesia, abierta por la misa vespertina que acababa, la mujer sacristana nos empujó a mirar el pequeño museo de la iglesia, con patenas y cálices, casullas y breviarios. Y nos sacó una pasta que alguien echó al cepillo. Y dejamos el pueblo. Y nos cogió la noche en Jaraíz, ese pueblo verato que acumula frutales, pimentón y tabaco. Y volvimos a divisar Plasencia, que crece sin descanso, como vértice de varios valles fértiles.

Y Mercedes, y Nena, y Antonio M. y yo mismo, nos sentimos alegres al decirnos adiós. En Béjar hace fresco pero hoy nos arropamos con el calor de los amigos. Es una suerte grande.

viernes, 13 de febrero de 2009

UN PRESENTE FINGIDO

Mi pasado es un enorme hueco por el que se me fue la vida hacia algún sitio que no sé dónde está. A veces recupero los recuerdos en pequeñas dosis, en sobres jabonados por un perfume tierno que me hacen recorrer un camino de ida y vuelta.

Un rostro femenino, por ejemplo, se me revela a veces -también se me rebela en otras ocasiones- con toda su presencia y entonces sus facciones se hacen numéricas, se colorean todas y pesan y se afinan al tacto y dejan sus delicias en torrente cargado de avaricia. No hay tiempo para degustar los rasgos uno a uno pues todos piden paso al mismo tiempo, se abalanzan y empujan su presencia, me hacen deudor del pasmo y la sorpresa, le dan la vuelta al tiempo y me colocan, sin darme tiempo apenas, en otras coordenadas.

Entonces se despliegan los contextos, aquel tiempo y espacio, aquellos años cargados con promesas de futuro, aquel impulso, tal vez aquellas horas con olor a romero, las certezas aún en la cabeza, las ilusiones todas.

Es la hora del silencio, el momento de la vista y de la imaginación, la reposición de todo lo olvidado, la parada en el giro del sol y de la tarde, la concreción fingida de todas las partes, el asentimiento repetido de que cualquier tiempo pasado fue mejor, acaso simplemente porque fue.

Después es el camino del olvido, la difuminación de lo concreto, el camino hacia el fondo de la sombra, la vuelta silenciosa hasta la realidad presente, una cara que pierde sus facciones, un pómulo rosado sin colores, la mirada escondida, la boca sin llamada, unos pechos sin fondo y sin relieve, la línea curva que no limita nada, un cierre de la puerta y un sobre que se deja en cualquier sitio, una llamada nueva de teléfono, unas prisas por algo, otra imagen que ocupa el primer plano, una idea que surge o se repite buscando su salida…, la vida en el presente que relega el pasado hasta el olvido.

Acaso es el momento de descubrirse nuevo, como siempre, como cada mañana o cada tarde, con la existencia a cuestas, con los brazos que pesan y se estiran, se apoyan en la mesa o se levantan señalando cualquier objeto, con los ojos cansados de mirar y de ver, con la luz y la sombra, con la mente buscando, con la risa y el llanto, con los objetos todos rodeando esta mesa en la que escribo, con esa máquina que me sostiene en pie, con un suelo y un techo, con la náusea exquisita de la vida.
Tampoco más ni menos que cualquier otro humano, compañero.

Hoy buscaré tus labios que me salven del tedio de la vida, tus labios que palpitan mojados de existencia, rojos de amor y sangre, húmedos de saliva, mares de olas saladas, playas blancas con dunas agostadas, sensación de presente envuelto en llamas, carne que sea mi carne, licor que me emborrache y me convierta en fuego. Tiraré los recuerdos de las fotografías y haremos otro álbum que no será pasado hasta que la memoria se complete y seamos “unos huesos gastados por los besos”.

jueves, 12 de febrero de 2009

CHARLES DARWIN

Se cumplen hoy 200 años justitos del nacimiento de Charles Darwin, el autor de El Origen de las Especies. Y también en este año se cumplen los 150 de la publicación de la obra. No he visto muchas menciones ni largos comentarios en los medios de comunicación. Es el círculo vicioso del infierno: como no vende, no publico; y, como no publico, no vende. Ahora es mejor hablar de monterías o de tramas al uso: se venden más anuncios y se hacen conjeturas con total impunidad, se desahogan muchos y seguirán chupando los de siempre.

Yo he tenido la suerte de leer hace un par de semanas, con auténtica fruición, una densa obra que, aplicada al fenómeno religioso, no es más que una verificación de las comprobaciones de Darwin. Creo que apunté su nombre: “El espejismo de Dios”, Richard Dawkins. Aún la tengo a la vista y la repaso.

Me imagino a Darwin en familia, con un ambiente religioso tradicional por todas partes, tratando de dar forma a lo que su mente y sus trabajos le iban descubriendo. No puede extrañar que tardara tanto en dar a conocer sus experiencias.

Pero ya fue para siempre otra cosa distinta. Él actualizó la versión última de El traje del Emperador para dejar para siempre claro que el rey iba desnudo, para marcar la pauta a los trabajos siguientes, para indicar la senda y el camino cierto. Es verdad que el hombre aparentemente quedaba con el culete al aire, que se descubría como un elemento más de ese proceso inacabado de la evolución de la materia, que se le caía el trono de la creación, nunca creada, que se creía ya nieto de los rumiantes y bisnieto de los peces, que, si seguía indagando, se deshacía en moléculas, en reacciones químicas extrañas, que se instalaba en el tiempo y en el espacio en un perpetuo cambio.

También echó las cuentas y se fijó en sí mismo, y se alejó de tanta dependencia, se notó en evolución hacia ninguna parte, con una vida suya y para él, para que la violara con sus mejores armas, para que la gozara sin miedos ni temores, para armar con sus fuerzas la moral más humana, para aprender a respetar al otro, para hacerse más libre y más humano.

Cada página de El Origen de las Especies le rompió una página al libro de los libros hasta dejarlo en blanco casi todo. Y el verbo se hizo carne, de verdad, de la que nace, crece, se reproduce y muere o más bien se transforma, de la que acumula experiencias y las traslada a sus genes y a sus descendientes, que las van incorporando y las van adaptando a su físico, a su vida y sus costumbres, a ese saco que va modificando lentamente la materia y sus pasos por la vida.

Andan resucitando el creacionismo los que no se resignan o no quieren mirar lo más diáfano, o sea, los de siempre otra vez más: las iglesias del libro y sus acólitos de la sociedad profunda, o al menos tratando de salvar un deísmo que asegure el origen en el gran relojero. No seré yo quien les critique el gusto en asunto tan grave. También me gustaría. Pero es que es empeñarse en que en verano hay frío y en invierno se cuecen los carámbanos.

Así que bien por Darwin y por todos los que serenamente se enfrentan a la lucha para seguir aquello que la razón les dicta, lo que el laboratorio enseña y lo que el sentido común informa. El desnivel entre creacionistas y evolucionistas cada día es más grande. Los primeros se seguirán disfrazando con interpretaciones varias hasta que algún día encima terminen por querer apoderarse de la bandera de lo que ahora combaten. Ha sido así en la Historia casi siempre.

Hermano lobo, hermana flor y hermana piedra. Ahora sí, con todo su sentido, con total complacencia, con el mayor respeto.

miércoles, 11 de febrero de 2009

!QUÉ POBRES LAS PALABRAS Y LAS LEYES!

Se desahoga mi amigo Antonio en un comentario de mi blog, dando rienda suelta a la comezón (bueno, a la mala leche) que siente por una multa de tráfico que le han puesto y que da la impresión de que no la entiende justificada.

Me da pie la noticia para rogarle calma, para animarle al recurso -él anda versado en asuntos judiciales-, para empujarle a que los mande a todos al carajo si con eso se siente más a gusto y, sobre todo, para volver a considerar la pobreza de las palabras y de las leyes.

Se dice que en una sociedad civilizada, cuando dos personas no se ponen de acuerdo, acuden a unas reglas fijadas que se llaman leyes. Es eso que tan pomposamente llaman el estado de derecho. Vale, qué bien suena. Como intento no está mal, pero me parece que falla por demasiadas partes.

Para empezar, lo redacta y lo aprueba el grupo mayoritario pero no siempre la totalidad de la sociedad que tiene que cumplir el precepto. De modo que ya empezamos a regañadientes. Pero es que luego anda por medio la redacción y el oficio de las palabras y de los juntadores de palabras. Y volveré a dar fe de que las palabras, aun en la mejor de las variables posibles, son siempre debilísimas aproximaciones a la realidad, acercamientos a tientas y esbozos imprecisos de lo que se quiere decir. Cualquier aficionado al asunto de jugar con las palabras lo comprueba cada día y se duele con ello.

Por eso vienen luego las interpretaciones de los jueces, de eso que llaman el poder judicial, y que yo no entiendo por qué es llamado así y no simplemente grupo de funcionarios que trabaja con independencia -como me pasa a mí, coño, y no soy un poder del Estado-, yo no sé con qué horarios aunque me gustaría que fuera con el de ocho a tres, ni un minuto más pero tampoco ni un minuto menos, y los litigios en manos de abogados que recurren y recurren y que, ganen o pierdan, siempre se lo llevan crudo para casa y ya de paso empantanan la justicia, la hacen lenta y tediosa y terminan por mostrarla injusta y rechazable.

Y por si fuera poco, nos queda la escapatoria de los reglamentos, en los que ya se hila finamente a favor del que puede y del que escribe. O del agente que los aplica, que no siempre anda con la capacidad de entender que el sábado se ha hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.

Y en esas llegamos a la multa, que no es más que un ejemplo de lo que antes se ha dicho. No sirve mucho aquello de “dura lex, sed lex”. Si hay que pagar, se paga, pues no es correcto aquello de “no sabe usted con quién está hablando”. Se trata de otra cosa.

Ayer escribía yo que una de las cosas en las que más creo -como buen creyente que soy- es el sentido común y la buena voluntad como forma menos mala para solucionar los malos entendidos. El sentido común no es el del lelo ni el del imbécil sino el del que asume las muchas deficiencias de sus razonamientos y no quiere echarse en manos de falsas tonterías ni de dogmas, sino que se acoge a la voluntad de rectificar lo mal hecho y de no volver a repetirlo. El resto es el castigo que en demasiadas ocasiones se transforma en venganza, y, si el que sanciona tiene pistola o porra, con mucho más peligro.

En el caso de la multa se habría evitado la mala leche del multado y estoy casi seguro de que habría aumentado en él el cuidado y el respeto por esa norma en el futuro. No parece poca cosa. No es el legalismo la mejor vía. A las pruebas me remito.

Así que vengan las leyes, pero con el cuidado de su aplicación y la certeza de que la realidad es infinitamente más rica que lo que se recoge en los preceptos. Y ceñirse a la letra es de miseria. Y yo no estoy dispuesto a ser tan pobre.

martes, 10 de febrero de 2009

TAL VEZ SOY BUEN CREYENTE

A estas alturas de mi vida, paso por ser un descreído y una mente siempre en guardia frente a cualquier elemento de manifestación religiosa. Me sucede entre la gente con la que trabajo (¿trabajo con ella?), entre mi familia y entre la gente más cercana.
No tengo muchas ganas de gastar esfuerzo y tiempo en cambiar esa imagen pero creo que no es del todo cierta. Estoy seguro de que, si echamos cuentas, he dedicado muchas más horas, en prácticas y sobre todo en lecturas, al asunto religioso que casi todas esas personas que me califican de descreído y de anticlerical. Y sigo leyendo y buscando. Cada vez encuentro menos y se me cierran más puertas a las creencias y a las expresiones tradicionales de esa religiosidad.

¿Entonces creo o no creo? ¿Soy ateo, creyente, panteísta, deísta, agnóstico o qué leches soy?
Vayamos al valor de las palabras, a su débil intento de representar la idea de la realidad. Claro que soy creyente, por supuesto. Cómo no voy a ser creyente. Me confieso creyente en muchas cosas. Por ejemplo en que el fenómeno religioso ha sido muy importante en el desarrollo histórico de la comunidad humana, en que hay un espacio y un tiempo que me acogen, en que mis días están contados y todo me impulsa hacia el futuro, en que no conozco mi origen pero la realidad más plausible y mejor documentada es que soy descendiente de otras formas de vida más primarias, en que esta explicación del relojero poniendo todo en marcha teóricamente tiene muchas grietas y a veces parece reducirse al absurdo más elemental de las improbabilidades, creo y me quedo extasiado ante los fenómenos naturales y en las ocultas para mí leyes físicas que rigen todos esos fenómenos, creo en que detrás de cada experimentación sigue escondiéndose un mundo oculto absolutamente maravilloso, en que la historia ha ido imponiendo en cada comunidad una serie de principios que rigen su vida pero no su razón, creo en que la moralidad occidental tiene diversas fuentes y por supuesto no la única fuente en las religiones del libro, creo en que esta moralidad de los mundos monoteístas resulta complicada y sometida a un mundo de castigos y recelos que impide en buena medida en el ser humano el desarrollo de su razón con todas las consecuencias, creo en que la religión cristiana ha gozado durante mil setecientos años por lo menos de unos privilegios escandalosos, creo en que la razón es el medio menos malo y más positivo de liberar al hombre y de darle su mejor sitio en la vida, creo en algo tan difícil como el sentido común y en la buena voluntad como binomio menos imperfecto para solucionar los malos entendidos y las dificultades de la comunicación en sociedad, creo en la necesidad de incluir en la definición del ser humano el carácter social de su conciencia y, por tanto, en la necesidad de socializar buena parte de los impulsos humanos como mejor forma de guardar la libertad individual, creo en el esfuerzo más que en las capacidades, creo…

Yo creo en muchas cosas. Sospecho que en esta acepción del término creer se incluye también hasta una parte de convicción. O sea, que mis creencias son incluso fuertes. Soy hasta un buen creyente. Creo que sí.

¿Por qué no escribir una lista de cosas en las que no creo? Fundamentalmente porque sería muy larga. En todo caso incluiría muchos dogmas (tal vez todos), festejos a gogó, procesiones al uso, jerarquías al uso y al desuso, vírgenes en cada encina, la realidad del libro, la bondad de las penas, el miedo y la amenaza, las mitras y los tronos, eso del individuo solo y sin los otros, las patrias y regiones exclusivas, la mandanga de que los hijos son solo de los padres…

Bueno, y muchas más cosas. Eso para otro día.

lunes, 9 de febrero de 2009

EN FIN, ES MI TERRAZA


Mi terraza parece querer volver a ser una atalaya desde la que extasiar mi vista y todos mis sentidos. Hoy ha sido todo un arco iris como nimbo celeste. En cuanto salió el sol y llegaron las nubes con algo de humedad en gotas tiernas, todo se fue en colores sobre mi balcón. Yo me quedé mirando largo rato envuelto y sumergido en esas sensaciones. Es vivir bajo un arco que se convierte en bóveda, que se transforma en cúpula, que se cambia en fuegos artificiales, que se desvae en nubes, que se disfraza en gasas, que se aniquila en luces, que se difumina en nada.

Al fondo blanqueaba la sierra, con sus guedejas blancas, con sus ubres albinas, con sus lomos de plata, con sus deshielos sonando monte abajo, con sus faldas mojadas, oscuras y expectantes.

Los árboles de la orilla del río empiezan a mostrar signos de vida, apuntan sus botones, cambian color y anuncian otras más verdes tardes.

Después llegó la tarde y el cielo se puso oscuro y enfadado. Y llegaron las nubes, otras nubes, y se marchó la fiesta de colores de encima de mi casa, y mi terraza siguió siendo atalaya para sentir las gotas golpeando los tejados, evocando el peinado de una cabeza en agua, dejando su recado de humedad y de sombra mientras se alejaban raudas por detrás de los picos de la sierra hacia otros territorios.

Y yo era el elemento que se quedaba quieto en su refugio, viendo pasar el tiempo y el espacio, notando la verdad de los sentidos, escuchando los ecos de las aguas, abriendo mis pupilas a la luz derramada y a las sombras, tocando los paisajes desde su cercanía, oliendo los aromas de los campos, de ese río que corre ahí mismo, de la lluvia que cae y que casi me moja, de la nieve distante, de las yemas incipientes de los árboles, de la vida que pasa, saboreando el aire con gusto de manzana.

Me pregunto asombrado con Sartre y sus palabras: Lunes. “Nada. He existido.”

En fin, es mi terraza.

domingo, 8 de febrero de 2009

¿ES LA RESIGNACIÓN COMO SOCORRO?

Desde hace aproximadamente dos meses (quizás un poco menos) voy configurando en mí una situación anímica un poco más serena y sosegada. Hay algunos hechos que lo confirman y que seguramente también lo explican. Lo que ha de ser será de todas formas y conviene verlo acercarse con paciencia y buen tono. No sé si es resignación, si se trata de impotencia o si sencillamente es un dejar hacer, es un dejar pasar lo que de todas maneras va pasando.

Yo sigo sin tener asideros seguros para nada, o para casi nada; sigo buscando sin descanso algún lugar seguro en el que refugiarme; y, cuanto más lo intento, más sin suelo me encuentro, más perdido en los pasos del camino me descubro.

Achico los espacios y los tiempos hasta intentar tan solo los hechos del presente y no me doy por ello satisfecho: hay una progresión imprescindible en la vida que conviene mirarla cara a cara, e incluso dominarla. Pero miro hacia el fin del horizonte y no encuentro otra cosa que el abismo, la falta de certezas, o acaso la certeza de que solo hay certezas en lo que va mostrando la débil razón.

Por eso no sé bien si lo que tengo es la resignación como socorro, o acaso es simplemente que me voy conformando con lo que día a día, página a página y silogismo a silogismo se me agiganta como única verdad. Y mira que lo intento. Pero hay lo que hay, no le demos más vueltas.

Así que a practicar, a dar la talla, a darle aún otras vueltas al asunto. Te va la vida en ello. Te va la vida en ello pero también sin ello.

N.B. Ya es ocho de febrero y las cigüeñas se mueren congeladas en lo alto de sus nidos. Florecerá la vida cualquier tarde y hará hoguera en el cielo. Yo me calentaré con sus despojos.

SALAMANCA EN SU CASINO



Volvía ayer a mi madre, a su estancia en Salamanca, a compartir con ella unas horitas, unos pasillos largos, unos sonidos lentos y continuos, un estar y no estar, unos abrazos fuertes, unos besos muy gordos, otra vez la certeza de lo que es bien visible y una resignación que no quiere asentarse. Te quiero mucho, madre.

Después me fui al Casino, a un casi sí para un casi no. Nunca había estado dentro de esa casa, que debe de guardar muchos secretos de la alta sociedad de Salamanca. Allí, asentado al pie de la gran plaza, en el centro neurálgico de la vieja ciudad. Lo imagino un casino de los de gran empaque. El patio central y los salones dan buena cuenta de ello. Echo la vista atrás por un momento e imagino cualquier baile o reunión de hace unos años. Solo me salen funcionarios, ganaderos, industriales (pocos, que aquí nunca hubo muchos), gente cercana al clero abundantísimo, algunos arrimados a la universidad, y se acabó la lista. No veo reposando cafés ni matando el tiempo a ningún obrero ni a ningún mileurista de los de antes, solo a oscuras señoras muy pacatas rumiando los deseos y levantando el ojo para ver lo que niega. “Ese hombre del casino provinciano, / que vio a Carancho recibir un día, / tiene mustia la tez y el pelo cano…” Así me lo imagino yo, como el maestro.

Paco Novelty presentaba su último libro de poemas (“Aceros cargo”, así, sin hache) en ese escenario lujoso y escogido. Allí logró reunir a mucha gente. Paco es todo lo que es Paco y todo lo que le aporta Novelty, que es muchísimo en Salamanca. Creo que ya dije algo de este libro hace algún tiempo, cuando cayó en mis manos, tomado de la fábrica de siempre, del sello Comendador que lo ha editado. Con él fui a Salamanca, con él volví, y con mi sobrina Mariángeles. No era aquel precisamente mi sitio, pero no estaba mal allí sentado. Sobre todo por el tono distendido que, a pesar de todo, se le quiso y se le supo dar. Y porque me encontré con gente a la que hacía mucho tiempo que no le echaba la vista encima: el propio Paco Novelty, José Antonio Pascual (a ver si te hacen pronto presidente de la Academia, amigo), Paco Castaño, Marina y familia, Bartol… y mucho gentío más arrimado al jamón con sello campesino. A mi lado, mi sobrina Mariángeles me radiaba la fiesta mientras yo me marchaba con mi imaginación a esa Salamanca tan mezcla de gotas de cultura con quintales de botas camperas, de campos abiertos, de funcionarios y de clero guardando las esquinas. Siempre he visto así a Salamanca y ahora que la imagino desde la distancia no me sale otra imagen. Y siempre me deja un sabor agridulce porque le exijo siempre lo que nunca me da, una hoguera en la que ardan la razón y las letras, la investigación y la lucha, la duda y el progreso en todas las batallas. No, no es eso lo que me ofrece Salamanca.

Mi Salamanca es otra bien distinta a la que estaba sentada en el patio central de su casino, aunque me encontré bien un ahora y media.
La noche se cerró con un frío muy intenso, la carretera andaba tiritando y la nieve mostraba una imagen blanca.

TODO FUE NIEVE HOY

Pero es que hoy era sábado y el campo estaba frío de la helada nocturna. Había mucha nieve acostada en el suelo, dando blancura a todo, escondiendo la imagen que ha dejado el invierno. El invierno ha oxidado la ciudad y la ha dejado oscura. Por eso tanta nieve, para ocultar la vista de los colores ocres y darle una manita de pintura, con una cal blanquísima.

Hoy el paseo empezó sin ayuda del coche. Por el sendero arriba que sube hasta el juzgado y aspira a encaramarse en la carretera que cruza el Castañar, camino de Candelario.

Y ya jugaba Trucho con alguna mujer a la que preguntaba por un camino cierto para ir a Candelario. Él que se los sabe todos, que los transita todos, que los enseña todos. La buena mujer le seguía la corriente y trataba de dar información de la que nos sobraba.

Y ya fue sumergirse entre la nieve. He dicho sumergirse porque eso es lo que era. Todo el suelo fue blanco durante todo el tiempo. Todas las ramas, desnudas en invierno, se habían cubierto, púdicas, con su camisón blanco, un conjunto de raso, de blanco inmaculado. Y era tanta su carga, el peso de sus vestidos, que se doblaban reverentes hacia el suelo. Todo aquello era un arco brillante y argentino, albar, nevado, níveo. Yo no tengo palabras.

El paseo se hizo lento, sosegado, tranquilo, descubridor de imágenes que llevarse a la cámara, con voces espaciadas de admiración por todo. Y así en el sendero que nos llevó hasta el Castañar, en la carretera de Llano Alto y en el camino que apunta hacia el pantano de Navamuño.

Hoy sí que hicimos huella por la nieve, y comimos de pie, atestados de nieve, mirando y contemplando, con el silencio denso de esa nieve y el rumor del regato bien cercano. Ese vino bien frío y ese té calentito regado con las gotas de aguardiente, un bocado de queso o de chorizo…, en fin, como dice Manolo, una hemorragia de satisfacción.

La vuelta fue otra fiesta contemplando todo el horizonte tomado por la nieve. Charlando y caminando, volviendo monte abajo, regresando con calma hasta las calles de Béjar.

Tal vez sean los sentidos los que crean realidad. Al menos nos la filtran. Hoy fue día de la vista. Y la vista fue blanca, de un blanco muy intenso. Hacía mucho tiempo que no hollaba la nieve con un sabor tan dulce. Otra mañana ganada a la desidia y a la monotonía, otro trozo de vida más alegre, que no es poco.

viernes, 6 de febrero de 2009

SOLO MORIR EN PAZ

Eluana lleva nada menos que diecisiete años en coma. Esta hermosa joven italiana hace ya demasiados años que no se entera de la vida y se mantiene entre nosotros de una manera totalmente artificial. La derecha política y la iglesia católica, o sea, los de siempre, están haciendo lo imposible para negar lo que la ley, y sobre todo el sentido común, concede a ella misma y a sus padres: el derecho a dejarla morir en paz.

Cada vez que veo alguna imagen relacionada con casos similares, siento una gran pena y mis neuronas se ponen de verdad nerviosas. Todos estos extremistas fanáticos andan encorsetados en la idea de que la vida pertenece a un Dios, a su Dios, y que solo él puede darla y quitarla. Para nada les importa el sufrimiento del enfermo y de los familiares más directos. Vaya una moralidad esta que predica como ideal el sufrimiento. ¿De qué manera podemos pedir a la enferma opinión acerca de si quiere seguir viviendo o quiere morir? ¿Se le concedería ese derecho si lo hubiera manifestado por escrito? Si así fuera, no estaríamos más que en una formalidad ya imposible de cumplir. He ahí la moralidad de las formalidades, he ahí el fariseísmo más puro, he ahí la inhumanidad más diáfana. ¿A quién puede doler más esta muerte que a sus padres y a sus seres queridos? ¿No entienden que se busca, en un caso irrecuperable, la solución del mal menor? ¿Qué dios puede ser este que se apropia a su antojo de todo lo que existe y que reparte a discreción favores y maldades, dolores y placeres?

En las próximas semanas Eluana morirá, espero que apaciblemente, sus familiares descansarán más por la enferma que por ellos mismos y supongo que más de uno habrá hecho un ejercicio de reflexión acerca de estos casos. ¿Cómo se puede tener ese ensañamiento en nombre de lo que tendría que ser bondad y compasión?

Los dioses justicieros terminarán mordiéndose sus uñas por el remordimiento. Los fanáticos religiosos no se entiende que no estén incluso contentos y que no traten de acelerar ese paso del enfermo hacia la vida eterna. Si se comportaran así con sus propias personas al menos… Los célibes sacerdotes y monjas podrían plantearse la procreación como forma de dar más vida y de presentarla en el sufrimiento como sometimiento a la voluntad divina. Pero claro, esto es para los demás.

Es de nuevo la falta de razón, la sinrazón exacta, el dominio de todo lo invisible, la paja en ojo ajeno (no quiero un chiste fácil que me surge), las formas sobre todo, el sábado por encima del hombre, la imbecilidad hecha carne, el siglo de los tontos, la moral extraída de lo negro, todo lo que nos tiene como estamos.

jueves, 5 de febrero de 2009

COMO EN ZAMARRAMALA. O PEOR

“Nada es lo mismo, nada / permanece. Menos / la Historia y la morcilla de mi tierra: / se hacen las dos con sangre, se repiten.” Ángel González, con perdón.

Y yo, que me repito tantas veces cuando miro de nuevo al mismo sitio. Será que no he cambiado mis aprecios y desprecios, ni estoy por la labor.
El caso es que me hallaba esta mañana tomando un refrigerio, dándole vueltas a eso del plan Bolonia, o sea, arreglando el mundo, y, de vuelta hasta el curro, me noté sorprendido por un extraño ruido. Y no era de batanes ni de gatos zumbando en los tejados, como les ocurrió a Sancho y don Quijote. Quizás por tal motivo mis calzas no sufrieron el envite de lo que espera turno con paciencia, hasta que llega su hora. A punto estuve de ello. Era algo mucho más escandaloso, bajo, rastrero, vil, pesado, serio, intruso, casposo, advenedizo, innoble, indigno, indecoroso. Traía tal retahíla de rastros malolientes, que enseguida alcancé su condimento. ¡!!Eran las águedas camino del Ayuntamiento!!! Con su aguedesa al frente y su envarado séquito de longevas doncellas ataviadas con trajes de otros tiempos.

Como me sé de qué va la fiesta por su repetición de cada año, pronto puse tierra de por medio por que no pareciera que también yo era lacayuelo de la muerte y paniaguado de tal festejo. Pero no me iba a dejar ese zumbido con tan solo apartarme. De vuelta hacia mi casa, las vi aparecer de nuevo cerrándome la calle, con un santo subido en parihuelas, dando vueltas a un templo, como reunión de brujas en aquelarre eterno. Huí como carne que escapa del sentir de la navaja, pero aún la suerte me guardaba otro trance pues, al volver la esquina, otro grupo de extrañas iniciadas seguía su cantinela cerrándome otra calle ¿Por dónde puedo huir?, me preguntaba. Crecía mi zozobra, me tomaban la angustia, la ansiedad, el desasosiego, todo me acongojaba y me dejaba zombi. Acerté a toparme con una concejala que acompañaba al séquito. Le formulé pregunta bien retórica: “¿Cómo podéis tener tripas para tal sinsentido?” Me miró con ojillos de total complicidad. “Qué le vamos a hacer, hay que atender a todos”, fue su respuesta. Y aprovechó el momento para salir conmigo del embrollo en que se hallaba.

Y yo salí corriendo hacia mi casa sin mirar hacia atrás por si algo me seguía. Creo que todavía caminaba a mi lado un ruido extraño de gaita y tamboril. Pero yo corrí más y me encerré con llave. Y hasta ahora. Creo que aún escucho los ecos de una música turbia.

Un poco más en serio. ¡Qué sociología se esconde en esos festejos! Hay que mirar tranquilos para después dar cauce a cualquier opinión. Nada -faltaría más- contra ninguna persona, sí y todo contra lo que eso significa. ¡Que las más recluidas en sus casas sean las que vayan en procesión pública a mostrar sus poderes por un día, y al día siguiente vuelvan con la cazuela a cuestas a preparar la cena como meta de todos sus desvelos! ¿Qué significa eso? ¿Qué hay detrás de la costumbre triste y cochambrosa? Mi mente no me ofrece imágenes precisamente hermosas.

Después llegan la fiesta y la comida. Coño, que se diviertan, que están en su razón. Pero que se diviertan todo el año y den un paso al frente con todos sus derechos.

Creo que saldré a la calle y le pediré un baile a la primera que encuentre en el camino. ¿Baila, señora?

miércoles, 4 de febrero de 2009

¿QUIÉN ES ESTE TIPO?

Bienvenido a la república independiente de la república independiente de tu casa. Son palabras que se utilizan en el anuncio de una multinacional que vende elementos de toda clase para el hogar. Su nombre es Ikea y me parece que es de origen sueco.

Quiero aplicarle estas mismas palabras hoy a la llegada a España, en visita oficial, y a la toma de posesión de todo lo habido y por haber del cardenal romano Tarcisio Bertone, el segundo de a bordo del Vaticano, esa república independiente de la república independiente de su casa. Ha llegado y ha tomado posesión de todos los despachos de esta otra república independiente de la república independiente que es España. Si se repasa bien la frasecita, se puede comprobar que el Vaticano cumple todas las condiciones mientras que España se queda en pelota picada pues ni es república ni es independiente por ningún sitio.

Leo que el susodicho ya se ha entrevistado con el ministro de asuntos exteriores, con la vicepresidenta, con el presidente del gobierno y con el rey. Hala, así, de una tacada. ¿A qué viene este hombre a Madrid? ¿A quién representa? ¿Qué busca con esta visita? Prefiero quedarme solo con la última pregunta. Y ya se conoce la respuesta: Están tratando el asunto de la ley del aborto y de la ley de Educación para la Ciudadanía.

¿Cómo puedo yo permanecer callado ante semejante disparate? ¿Pero qué vasallaje es este? ¿Estamos acaso en la Edad Media? ¿Qué explicaciones tiene que dar un país soberano de sus leyes si no es a la comunidad internacional? Son dos mil años de imposición, pero esto no puede continuar así. Nada tiene sentido: ni el estado vaticano, absolutamente artificial, ni la falta de separación entre religión y estado, ni la imposición de la religión sobre la razón, ni las injerencias escandalosas en otras comunidades, ni los concordatos y acuerdos, ni nada de nada. Yo no me reconozco en un gobierno que se acongoja a diario ante las presiones de criterios religiosos adobados siempre con elementos de poder y de influencia. Estoy seguro de que hay muchos votantes de izquierda que están echando los dientes ahora mismo.

¿Se hará todo esto por votos y para contentar a un número grande de posibles votantes? A mí me produce el efecto contrario. ¿Se hace todo esto por puentear a la jerarquía eclesiástica española? Cualquiera de las dos suposiciones me aterra. ¿Dónde están los principios? ¿Todo vale con tal de seguir en el macho? ¿Dónde está la gente que mira lejos, que articula primero unas ideas, después una ideología y, como consecuencia, un programa político? ¿A quién se está engañando?

Lo peor de todo es que este tipo de concesiones solo conducen a más y más exigencias por parte de quien pide, pues primero sugiere, luego ruega y suplica, más tarde reclama y al fin exige y levanta el palo. La Historia está ahí.

¡Ay, esto de la razón y de la fe mezclada con las influencias y el poder!

¿Estamos de verdad en la Edad Moderna?

Venga, tíos, cortesías, las necesarias; principios, todos. Si es que los tenemos.

martes, 3 de febrero de 2009

PATRIOTISMO

Tengo la inmensa suerte de trabajar en algo que me gusta. Siempre el trabajo es una tortura, y aquel que afirma que le gusta trabajar anda en mi consideración cerca de la mentira, y empiezo, en consecuencia, a desconfiar de él y a tildarlo en silencio de posible vago redomado. A la etimología me remito y a aprender a Salamanca. Afirmo, pues, que me gusta el asunto de mi trabajo, no el trabajo. Para que no haya malos entendidos.

Y mi trabajo tiene que ver con las palabras, con ese instrumento maravilloso que da cobertura a las ideas, que facilita la comunicación y que, por ello, contribuye a que los que las dominan estén en condiciones de ser un poquitín más felices. Este es mi esquema de trabajo y es el que transmito a quienes me quieren escuchar. Sin ideas, no hay razón (ni ser humano), sin palabras no hay certeza ni visibilidad de la razón (ni de ser humano), con el dominio de las palabras se controla la inevitable comunicación entre las personas, con el dominio de la comunicación estamos en condiciones de esa pretendida felicidad. Y así, repetido, hasta que todo hijo de vecino lo automatiza y, al menos delante de mí, parece convencido de que es y tiene que ser así. La práctica empieza entonces, a partir de este sencillo encadenamiento de ideas. Desde ese momento, el trabajo -eso que no debería gustar a nadie (¡como coños va a gustar la tortura: eso es lo que significa trabajo!)- comienza a funcionar. No parece mal objetivo el de alcanzar un poquito más de felicidad. O sea, que mis alumnos estudian para ser más felices. Ahora ya sí merece la pena estudiar.

Trabajar con palabras implica muchas variables, demasiadas. Y te ofrece muchas posibilidades, muchísimas. A veces, si no te contienes, empiezas y no puedes tener conciencia de por dónde vas a terminar.

A mí los padres esos que protestan por la Educación para la Ciudadanía me tenían que acusar, procesar y condenar a cadena perpetua. Por lo menos.

Hoy mismo hacían mis alumnos derivaciones para otras categorías de palabras. Entre los términos propuestos aparecía “patria”. Rápidamente seleccionaron “patriota”, “patriotero” y otras para la categoría de adjetivos. Y nos enredamos con ella. Me enredé yo, naturalmente, con su significado. Como para no aprovechar el momento con una palabra tan interesante. Enseguida comprobé que la noción estaba absolutamente confusa. El paso siguiente fue el de intentar fijar una posición oficial acerca de su significado. Diccionario en ristre y a la página de “nación” y de “patria”. Y comprobación de que tampoco para los doctos de la casa el asunto anda claro, ni mucho menos. Y una corta explicación del significado etimológico, del significado sociológico y del significado popular de las palabras.
Todavía la gran mayoría pensaba que el patriota era aquel dispuesto a dar hasta su vida por su “patria”. Ay, “dulce et decorum est pro patria mori”. Qué chorrada. Y lo ligaban sobre todo con el territorio. Intentaba hacerles ver que siempre tendrían que decidir ellos pero que eso de dar la vida por algo hay que pensárselo mucho y que vete a saber si merece la pena; y sobre todo les indicaba que, si se trataba de defender un territorio y no un grupo de personas, parecía una exageración defender con la vida un prado o una montaña, por muy extensos que fueran, pues eso más bien parece propio de los leones o de los perros cuando mean y marcan el territorio; y, además, me detenía en lanzarles alguna pregunta del tipo siguiente: ¿quién te ha dado a ti la propiedad sobre un territorio?

Los ánimos se calmaban, el silencio se hacía algo más espeso y yo lo rompía tratando más bien de sonsacarles otras posibilidades de ser buenos patriotas sin necesidad de dar la vida por nada. Y pensaron en un día cualquiera y les salían los ejemplos por las orejas: ser solidarios con los miembros de la familia, estudiar lo suficiente, concentrarse en el trabajo, no molestar a los demás, plantearse cuál es la situación de su familia, de su barrio y de su ciudad, plantearse una mejora individual aunque sea pequeña, ser respetuosos con los diferentes, guardar un orden físico elemental, mejorar el lenguaje para facilitar su comunicación con los demás… Ufff, menudo montón de ejemplos. Y para ninguno se necesitaban balas, ni siquiera de fogueo.

Y hasta creo que entendieron de una jodida vez en qué consiste eso de ser buenos patriotas. Y se alejaron un poco de todas las monsergas que oyen cada día en tantos sitios. Y lo mismo hasta comprendieron que la semántica tiene estas cosillas. Y tal vez hasta alguno pensó que vaya un pelma de profesor porque a ver cómo se respondía esto en un examen.

Yo creo que soy carne de cañón para estos padres de Educación para la Ciudadanía. Pero mi abogado será de oficio: no pienso gastarme ni un euro en mi defensa. Eso sí, salí contento del aula. Que no es poco.

Por cierto, ¿seré yo buen patriota?

lunes, 2 de febrero de 2009

LA VIDA Y LA COSTUMBRE

Me resulta imposible hallar el equilibrio entre la vida descubierta a cada momento y la vida impulsada por los prejuicios. Si la primera es luminosa y honda, deslumbrante siempre, personal e intransferible, alucinante e inmediata, la segunda parece deshumanizadora, impulsora del sueño y la modorra, hija de la costumbre y de los usos sin ningún análisis, adormecedora, mantenedora de estructuras, opio al fin y al cabo. Pero, ay, muy necesaria para seguir estando, para ponerle puertas a la angustia y al desasosiego, para poner el pie en cualquier sitio y creer que no te hundes, para engañarte al fin y hacer como que no te engañas.

Miro y me reconozco en los prejuicios a cada momento, mi vida se orienta casi toda ella desde lo que se viene haciendo por ahí, desde lo que se da por bueno sin más, desde lo que se repite cada vez que da la vuelta el calendario, cada vez que hojeo las páginas de cualquier manual al uso. Y me sucede en todos los niveles.

No me cuestiono mis usos personales para sujetarlos y darles abono, o para modificarlos en caso de no estar muy de acuerdo con ellos. O no me los cuestiono demasiado. Repaso un día cualquiera y me salen ejemplos por todas las esquinas. Y eso que creo que soy un poco avispa cojonera también conmigo mismo.

Cuando extiendo la mirada y la abro a la comunidad, el panorama me resulta un poco más desalentador todavía. Parece que todo se diluye en la masa y que el elemento integrante de esa comunidad se deja llevar y da por bueno casi todo. ¿A quién le daría por plantearse en esta ciudad estrecha en la que vivo el valor de sus fiestas patronales? ¿Quién se atreve a razonar acerca de las organizaciones sociales que componen la ciudad? ¿Qué ocurriría si a alguien hiciera la petición de que la patrona de la comunidad deje de ser una virgen y pasara a ser un pensador, por ejemplo? ¿Y si alguien se descolgara razonando sobre la inutilidad de mis clases o sobre la inmoralidad de un cura?

¿Qué es eso de la patria? Para muchos, a juzgar por sus manifestaciones y hasta por sus amenazas, resulta un sustento de su quehacer diario y de sus ilusiones. ¿Cuántos dan por hecho que la religión es la única fuente de la moralidad? “Fuera de mi no hay salvación”; “Esta juventud no tiene valores”, en boca de aquellos que lo piensan así porque estos jóvenes no practican las costumbres tradicionales. Son expresiones que a cualquiera le podrían sonar como repetidas y ante las cuales asentirían y se quedarían tan anchos.

Todos los niveles me ofrecen ejemplos en los que me veo empujado por la tormenta, por las olas del mar que se empujan unas a otras, por el vendaval que me ha pillado en medio y desprevenido, por la comodidad de que otros piensen por mí y por la cobardía de no enfrentarme a cara descubierta y con las deficiencias de mi simple razón. Seguramente por no atreverme a comer con más frecuencia del árbol de la ciencia del bien y del mal.

Sé que no hay cuerpo ni mente que resista andar por ahí a descubrimiento limpio, pero sé también que no abrir los ojos te acostumbra a la ceguera, que dar por bueno todo te convierte en imbécil y alelado, que no desayunar con dos o tres porqués significa empezar mal el día y que no detenerse a contemplar lo nuevo que te ofrece la vida a cada paso es perder la hermosura y el milagro continuo, la capacidad de sorpresa y de embeleso, el gozo insuperable de lo que siempre es nuevo ante mis ojos y mi mente.

domingo, 1 de febrero de 2009

EL MERCADILLO DE LAS VANIDADES

Me gustaría saber si es que guardo algún deseo inconfesable, si escondo en mis adentros alguna frustración no detectada, si mi mente no alcanza más allá de lo mostrenco, si no camino por las vías de cualquier otro ser tan normalito, si tengo que cambiar tan bruscamente. Iré al sicoanalista o al sicólogo (así, sin “p”, que queda más extraño) para que me embadurnen aún más la cabecita.

Llevo oyendo la serenata del anuncio de entrega de los premios del cine por lo menos tres semanas. Los medios se hacen eco de las nominaciones, de los actores y actrices concurrentes, de los lugares de entrega, de los detalles y preparativos, de… Parece el fin del mundo. Pero ¿a qué viene esto? ¿Qué se está reforzando con toda esta fanfarria?

Hasta donde se me alcanza, estos premios no son más que un mal remedo de la entrega hollywoodiense de los Oscar. Mi animadversión hacia lo que allí, en los Astados Unidos, se produce es bien notoria y no la oculto. Su escala de valores me parece absolutamente subversiva en el peor sentido imaginable. No entiendo esta imitación papanatas, aborregada e imbécil que aquí se manifiesta.

Me refiero, por supuesto, a toda la parafernalia que acompaña a estas ceremonias: a trajes y vestidos, a peinados varios, a compañías al uso, a escotes exigidos por los leones hambrientos, a portadas y fiestas, a discursos inconexos y no alfabetizados, a…. ¿Qué es eso de las alfombras rojas o verdes? ¿Para qué sirven? ¿A qué se paran ahí todos esos personajillos de tres al cuarto. ¿A qué aspiran siempre? ¿Qué es eso de ser la mujer o el caballero más deseado de todos? ¿Por quién es deseado/a? ¿Para qué es deseado/a? En mi pueblo eso tenía un nombre de dos sílabas muy sonoro y escueto. En el Retiro funcionan a diario y con mucha honradez por su parte. Ah, ¿que dicen que la gente lo que quiere es eso?; pues la misma consideración para toda esa gente. ¿No será demasiado? Seguramente sí, pero la analogía es una regla de oro en el razonamiento. Y de perdidos al rio. Con dos.

Coño, que a mí me gusta el cine español porque lo que presenta me resulta cercano y en estructuras de aquí, no de colegio ni de ciudad americana, que competir con las mismas tonterías no puede llevar más que a tonterías parecidas o mayores y, para eso, ya tenemos el original. ¿Cómo se prestan a esto personas como José Luis Cuerda, por ejemplo, por quien siento auténtica veneración? ¿Cuándo se va a apoyar en la centésima parte cualquier otra actividad creativa (literatura, pintura, música…) o de pensamiento (filosofía, ensayo…). Pero, ¿quiénes son estos colegas? ¿Hasta dónde llega la vanidad del tonto? ¿Y el seguimiento ovino de tanto despistado?
Sé que en ese mundo hay gente que merece mucho la pena y no entiendo por qué tienen que pagar tan alto precio con tal de encajar en la estructura.

Tengo que repescar mi juego de palabras que tienen como base la entrega de los Oscar. Sigo pensando igual que en aquel tiempo.

Luego viene el apagón de luces, el guión trabajado, las escenas medidas y la iluminación más adecuada, los fundidos, los planos, las polisemias varias…, y la imaginación en su exacto desarrollo. Pero esa es otra historia: eso es el cine.