jueves, 31 de julio de 2008

DE LA INUTILIDAD DE TODAS LAS PALABRAS


Estaba convencido de la inutilidad de todas las palabras. Hasta aquella verdad había llegado con paso lento y en el recorrido había invertido buena parte de su vida. Primero fue un período de largo parlucheo en el que todo lo convertía en sonidos, en el que siempre era el centro de todas las reuniones, en el que las verdades pasaban por sus manos y a todos sorprendía con sus aparentes soluciones. Pero algo no esperado lo fue separando de los corrillos, lo situó a la orilla, lo fue apartando y lo fue dejando como sin ser notado. Hasta que se instaló en el silencio. Al principio preguntaban por él, mas fue por poco tiempo porque al cabo nadie lo echó de menos. Se opinaba de todo, como siempre, pero sin recordar que allí faltaba la opinión que había sido imprescindible.

¿Por qué aquel retraimiento, aquella soledad, aquel silencio? No había sido consciente de lo que había pasado, pero sí se encontraba despertando como con el calor del cuerpo satisfecho, como con una invitación continua a seguir esa senda que lo dejaba solo rumiando las palabras en su mente, sin esperar respuesta ni consejo.
Aquella mañana se echó a ello, a pensar en la fuerza del silencio, a analizar las causas y a proponer las pautas del futuro. Y descubrió sin esfuerzo que las palabras suceden a los hechos, que no son otra cosa que el trasunto de lo que se destila de la vida, que en ellas se resume la faz de la existencia. Y entonces repensó sus pocas obras, esas que habían llenado sus mañanas y sus tardes, todas aquellas, casi todas, que habían pasado sin hacer ruido, con el silenciador a cuestas, mezcladas con los hechos que no tienen sentido, llevadas de la mano por el tiempo, como si fueran niñas despeinadas. Y señaló esas otras que parecieron hitos importantes, que señalaban cauces y caminos, y no vio que duraran en el tiempo. Incluso se detuvo en dar realce a dos o tres sesiones importantes en las que conquistó la victoria con el uso feliz de las palabras, y las vio también lejanas y difusas, como no reconociéndose en ellas.

Y quiso descansar y echar la vista al frente, pensando en los asuntos más cercanos, en los de los días próximos. Y de nuevo encontró el malentendido, la grosera verdad de la palabra, la imposibilidad de hacer partícipes a los que lo escuchaban.
Y decidió salir por pies del patio, desdibujarse en aire, internarse en el bosque, adentrarse en lo negro de la cueva, conversar con el fuego, llenarse los sentidos de simples sensaciones, mirar y contemplar, y soñar que soñaba simplemente.

miércoles, 30 de julio de 2008

CÓDIGO CIVIL Y CÓDIGO MORAL

Leo muchos comentarios que tienen que ver con una condena dictada contra un locutor de la cadena de los obispos católicos españoles, por injurias e insultos continuados. El locutor es Federico Jiménez Losantos; la sentencia condenatoria no es la primera ni seguramente será la última. Los comentarios me parecen apasionados tanto en un sentido como en el otro. Ahí va el mío.

Los derechos tienen sus limitaciones pues, si no, las libertades se convierten en libertinaje. Parece una perogrullada pero hay que jerarquizar y partir de principios generales. De modo que la libertad de mercado no vale para siempre, ni el derecho a educar es absoluto, ni nada que se le parezca. En un llamado Estado de Derecho, esas limitaciones suelen estar reguladas por la ley, de manera que, quien sienta vulnerado ese derecho puede acudir a los tribunales. Es lo que se ha producido es estos casos. No se entiende, por tanto, que se quejen, a no ser que lo hagan porque la sentencia les ha resultado desfavorable. A pesar de todo, regular y juzgar los valores y las intenciones de las palabras no resulta nada sencillo; los contextos, los paradigmas, las relaciones personales y mil variantes más convierten en jocoso o inocente lo que, en otras circunstancias podría pensarse como insultante. Los filólogos y los poetas saben muy bien lo que digo. A mí no me extrañaría nada que, en otras instancias, estas sentencias fueran revocadas. Juzgar las intenciones y las palabras tiene que resultar siempre muy dificultoso y muy claro lo tiene que haber visto el juez para sentenciar de este modo.

Ya lo he dicho más veces: la vida es algo mucho más rico que lo que encierra un código civil o penal. Así que no deberíamos quedarnos en la literalidad expuesta y yo quiero añadir mis convicciones. Mi opinión acerca de este predicador mañanero -leo con frecuencia sus columnas en El Mundo y alguna vez he oído la radio hace bastante tiempo- es peor que negativa. Nunca he entendido que criticar al poder tenga que hacerse con el insulto, con el desprecio, con la vejación y con la risita puesta. Más bien eso me parece propio de la chulería, del matonismo y de la intolerancia, cuando no de la grosería y de la inanición intelectual. Tampoco comprendo por qué hay que hacer de todo cuestión personal (es táctica que practica su colega El Mundo a diario también) y no cuestión de ideas y de principios. Me escandaliza que una confesión religiosa mantenga en su cadena de emisoras toda una programación que no hace otra cosa que fomentar la crispación, el enfrentamiento y la intolerancia. La jerarquía, o parte de ella, tendrá que responder algún día de ello, o acaso ya lo está haciendo pues las iglesias se quedan vacías a ojos vistas y su clientela se nutre casi exclusivamente de personas de edad provecta. La verdad hay que cantarla aunque duela, pero no es bueno escudarse en ese principio precisamente para cizañear con medias verdades o con insinuaciones que alimentan el hígado de los fundamentalistas, entretienen las conciencias de la comunidad laxas y pendulonas ante otras injusticias y llenan de dinero las arcas sin mirar medios.

Ya no me alegran ni estas noticias que, en otros tiempos, me hubieran hecho soltar algún respingo de satisfacción. No me alegra el mal de nadie, aunque a este ya le han forrado bien en concesiones de emisoras como para que no se resienta su bolsillo y él hasta sigue ufanándose ante las sentencias que lo condenan. Al fin y al cabo, lo que importa es la publicidad para el negocio. Y los escándalos la alimentan. Y las grandes marcas están al lado de quien están y han estado siempre. En fin, que todo sirve para el convento. Es más, acaso esto les sirva de tarta para día de fiesta. En fin.

martes, 29 de julio de 2008

HE VUELTO HASTA EL QUIJOTE

Hace ya varios años que mis amplias vacaciones me llevan a las páginas de Don Quijote de la Mancha. Lo leo, lo releo, me detengo, me animo, vuelvo al día siguiente, me enzarzo, me engolfo, me entretengo… Y ahí me tengo durante muchos días siguiendo las andanzas, pero sobre todo las consideraciones, de estos dos ilusos que me convierten a mí en un tercero en discordia por montes y llanuras.
A veces tengo la impresión de que todo está ya en esta inmortal obra, que, desde entonces, no hay demasiadas cosas nuevas. Y, cuanto más lo releo, más me complace y me divierte. ¿Qué más le puedo pedir a un libro que la satisfacción de que me sirva de entretenimiento y a la vez de saco de enseñanzas? En nada excluye esto que haya personas a las que el texto no les haga ni pizca de gracia. Allá ellos con sus gustos. No es mi caso. Así como encuentro los esquemas repetidos en noventa y nueve de cada cien libros que leo -sobre todo si son de creación y son novelas-, en el Quijote, cada capítulo se me hace un mundo nuevo, la escala de valores en conjunto, la filosofía de la vida en sus consejos, no siempre compartidos, por supuesto, la desmitificación a ras de tierra, la ilusión por montera, la buena voluntad como programa, la mala leche como experiencia vital, la envidia y el amor a manos llenas, la ironía a raudales, la elegancia lingüística y la viveza y naturalidad de lo inmediato, la sabiduría popular en las refranes, la risa y el sarcasmo desde la buena cara… Todo, todo está en sus páginas. Tan solo me rechina, que no es poco, ese recato inmenso con la religión y con la iglesia. Es verdad que la época no era propicia, pero ahí están otros textos que supieron saltarse a la torera tantas imposiciones.
O sea, que estoy en ello. Me ayuda a sonreír, a pasar buenos ratos, a pensar muchas cosas, a afirmarme en algunas, a dudar aún más de casi todas, a sentir lo provisional que es todo y la sensatez de conformarse con poco después de aspirar a mucho. Y a olvidarme de muchas otras ocupaciones, que están ahí, sin duda, pero que no me llaman como me llama el don de esta lectura. Nunca un héroe-antihéroe dio tanto juego a todos. Qué pinta de payaso, con esas armas rotas de cartón, mirando con descaro al infinito. No está mal en los tiempos que vivimos, en los que se paga a millón cada kilo de héroe de balón o de música. Luego resultan tantos con inyección en vena, que tiran al contenedor de la mentira cualquier valoración. Pero así está la vida.

lunes, 28 de julio de 2008

SE VIVE Y ES BASTANTE

Definitivamente estoy fuera de los parámetros normales de la vida. Sigo sujeto a los límites precisos de lo que ordena un sueldo y no hay más gaitas. El día que le da por no guardar las normas más sencillas, me encuentro en país extraño, miro para los lados, suelto cualquier palabro y musito entre labios cómo-está el mundo, cómo-está el mundo. Y el desequilibrio puede venir de cualquier parte en forma de imprevisto, pues la vida, al fin y al cabo, está llena de saltos de mata que te atracan al doblar cualquier esquina. Como yo soy un ser aturdido y escasamente pegado al día a día de los medios materiales, pues todo me coge mucho más distraído y sin referencias. Por eso el susto es mayor y nunca aprendo. Tengo la enorme suerte de pasar con alguna holgura por la vida, sobre todo porque mis exigencias no son precisamente muchas y vengo a conformarme con productos que no son muy costosos. Por tanto, si la reflexión sirve, tendría que valer en forma general y no particular porque sospecho que afecta a mucha gente, e incluso con más fuerza que a mí mismo.
No es de extrañar que los esquemas se vengan a caer en poco tiempo, en cuanto a cualquier cosa no esperada le dé por hacer acto de presencia. Pienso en tantas familias que viven con lo puesto para el mes, que apenas si se pueden permitir el lujo de hacer planes para una temporada que no sean los de sobrevivir sencillamente. Como para irles con monsergas de pensamientos y de reflexiones, como para animarles a hacer la más mínima revolución social.
Lo peor de todo esto es que, en muchas ocasiones, son precisamente todos esos más apretados los que menos permiten los cambios necesarios, los que, agarrados al último palo de esperanza, prefieren mantenerse casi hundidos a levantar la vista en busca de horizontes nuevos.
Y lo que vale para la persona o la familia sospecho que también vale para comunidades más extensas. Ahí planea la crisis, que de un día para otro asusta a todos, como si las columnas de un país no tuvieran sustento y se movieran al compás de los vientos. Parece que se vive de milagro. Pero se vive al cabo y es bastante.

domingo, 27 de julio de 2008

FIESTAS

Regreso a casa a buen ahora de la mañana, después de cumplir con obligaciones familiares. El sol luce en lo alto pero no aprieta; sin embargo, aconseja hollar la acera de la sombra. Apenas hay viandantes. Algunos incluso muestran sus caras de sueño, con la resaca en medio de su iris. No hay esquelas selladas en los paneles, pero sí anuncios de películas, de esas películas de segunda serie americanas que invaden las pantallas de nuestros cines. Y luego dicen que la gente no va a ver películas españolas. Coño, si no las proyectan. Un cartelón muy grande me llama la atención. Se anuncian en él las fiestas de los Praos. Toda un retahíla de juegos y verbenas, de cartas y concursos, de pregones al uso (perdona, Andrés, tú vales mucho) y de reparto de dulces y sermones.
Me voy pensando en ello camino de mi casa. Los pueblos y ciudades están todos de fiestas. Por todas partes bullen los ruidos y las formas del sentido lúdico de la vida. Quizás estos festejos de verano sean los más apegados al terreno, los más personales, los menos dirigidos. Luego llega el invierno, se apoderan los fríos y el hombre se recluye en casa y se deja llevar por los horarios y por las imposiciones de los medios de comunicación.
Pero miro también el empeño en que se gastan los esfuerzos y no me sale mucho positivo. Ya lo he dicho al principio: verbenas, procesiones, algún juego de niños, un pregón, si se tercia, con famosillo al uso, y para de contar. Y, si vamos a un pueblo, los toros obligados. O sea, toros, bailes y santos. Poco más que contar por estas tierras. Por estas y por aquellas, que en esto no hay distingos. Ayer mismo pasé por Candelario, camino de la sierra de Hervás. Varios grupos de jóvenes deambulaban por la parte baja del pueblo tratando de dar fin a una noche que ya se alargaba con buena parte de las horas de luz del día siguiente. No describiré aquí alguna de sus acciones pero no eran precisamente de respeto ni de base racional. Pero estaban en fiestas, por lo visto gozaban de las fiestas de su pueblo serrano.
Y las comunidades se gastan lo que no tienen en estos días señalados en la página más brillante de sus calendarios; incluso hay grupos de personas que dejan buenos esfuerzos a favor de algo que consideran positivo para la comunidad. No seré yo quien les recrimine sus desvelos. Pero sí anoto aquí que hay que repensar algo las fiestas, que no todas las costumbres son buenas ni hay que partirse el alma por conservarlas, que hay instituciones de permanencia milenaria que continúan rigiendo nuestros destinos y colgando en el pico de la cucaña nuestras ilusiones, que no sé si es lo mejor gastarse lo que no se tiene en unos pocos días y echar el cierre a la convivencia el resto del año porque no hay presupuesto, que una comunidad es mejor en tanto que participe en pleno y en plano de igualdad, y que acaso para ello no sean necesarios demasiados ruidos ni festejos y sí un poquito más de imaginación y de razón.
Subrayar el sentido lúdico de la existencia parece un empeño saludable; hacerlo a la imposición de unos pocos y al revuelo del instinto, la charanga y la pandereta, no nos redime de nada, si acaso nos hunde un poco más en una historia en la que uno se siente poco reconocido.

viernes, 25 de julio de 2008

¿LO QUE FUI AYER?

¿Qué se mantiene en mí de lo que fui ayer, y anteayer, y el otro día? Se me incorporan alimentos, aire y agua, pero también los pierdo. Y con ellos otros componentes que nunca recupero. ¿Cuál es mi identidad entonces? ¿Acaso se mantiene en permanencia? ¿Cómo me ven los otros en días sucesivos? ¿Y yo a ellos? ¿Qué me mantiene en pie para llamarme por el mismo nombre cada día y para responder a las palabras del día anterior como si fueran del mismo instante?
Sin esa solución de continuidad no sabría vivir, no tendría referentes consistentes, no sabría a qué agarrarme, no reconocería a los otros seres ni a la obsesiones que me habitan, nada, tal vez, tendría sentido, ni camino, ni aliento.
Pero no es menos cierto que todo continúa, que cada día amanece con una luz distinta, que hay cosas que se asoman siempre nuevas y yo puedo jugar a conocerlas como si nunca antes las hubiera sentido en mi camino, que la vida, en el fondo, exige renovar las coordenadas muchas veces, que a un tropiezo le sucede un intento de levantarse y de echarse a andar de nuevo y que poco sentido le encuentro a reposar el ánimo en el pasado, pues no deja de ser irremediable.
Mañana es otro día y debería ser nuevo. Lo que me queda de tarde y de noche también ha de ser nuevo por más que se repitan las acciones. Lo viviré sin tregua.

Es más clara la luz,
más densas esas nubes que se aprietan
al costillar brillante de la sierra.
Hoy dibujan escenas por mí no recordadas:
juegan a ser escobas
barriendo las laderas,
son cendales flotantes que revisten
las impúdicas señas de las rocas.

Desde el leve temblor de mi terraza,
miro pasar la tarde lentamente.
Todo es nuevo y es viejo, mi conciencia
sueña que está soñando y se adormece.

jueves, 24 de julio de 2008

NO QUIERO SER PATRIOTA

Tengo mucho más tiempo para echar la mirada a los periódicos, para comprobar diariamente que no existe aquello de la primicia, pues todo se proclama al minuto por demasiados cauces y que cuando alguno se descuida y da una noticia no se da cuenta de que, en realidad, está repitiendo algo ya viejo. Quien abra con frecuencia la puerta de internet habrá sentido incluso la sensación física de que lo que al rato ve en televisión parece algo al menos del día anterior.
Hay temas de largo alcance, sobre los que se ronronea cada día y cada hora, no siempre con las mejores intenciones, pero que se hacen más visibles a medida que pasan los días. Quizá el panorama de playas y calor, de descuido y de falta de horarios exigentes, de vacaciones parlamentarias y de flojedad en los medios, oculte la realidad un poco, pero ahí está. Y crecerá con el paso de los días. Estoy refiriéndome a eso de las balanzas fiscales y de la solidaridad interterritorial. De la manera de afrontar y de resolver asuntos de este tipo depende buena parte de la convivencia de una comunidad. En tiempos de crisis -y la de ahora mismo es galopante-, los desacuerdos y las salidas de tono se pueden volver estridentes y hasta inaguantables.
Este país, hace treinta años, se partió en algo llamado autonomías, y estas, sin revisión serena y alejada de los egoísmos, no han hecho más que crecer en exigencias y en competencias. En los años setenta se institucionalizó este sistema como el menos malo para integrar regiones y para llegar a un consenso común que permitiera la convivencia durante años. Quizás no había otra fórmula de consenso.
Pero faltó algo de coraje porque las consecuencias -a más largo plazo- acarrearían dificultades acaso mayores. Después de más de treinta años nos encontramos con toda una trama de poderes intermedios que apenas sustentan ya alguna fórmula común para todo el territorio. No quiero ser patriota de ningún sitio, solo de mi propia persona y de los demás seres como tales; eso de los territorios y de las naciones no me llama ni me exige ningún añadido moral, la historia de mis antepasados la respeto en la medida en que intentaran dejarme una situación vital mejor pero nunca a costa de restarles nada a los demás; los límites y las fronteras no me gustan si no es para destruirlos; en fin, que soy poco patriota y me envuelvo poco en las banderas y en las supuestas grandezas imperiales, que nunca he sabido para qué sirven.
Esa falta de ánimos se me produce igualmente para los territorios y para las comunidades pequeñas. Soy un fan de mi pueblo porque nací en él, pero lo sería de otro si el azar me hubiera colocado en esa parte, y siempre reconociendo que en todas partes cuecen habas y que en todos los lugares existe azúcar y hiel, o sea, sin pasarse, o pasándose pero sabiendo que son fogonazos emocionales que se tienen que quedar en nada.
Hay pocas sensaciones peores que aquellas que provienen de los que, estando próximos y compartiendo el día a día, manifiestan sus reticencias continuamente y no pierden ripio para pedir, demostrar y hacer públicas sus condiciones de convivencia.
Cuando estas condiciones provienen de representantes de la izquierda política, a mí me duelen más pues asocio siempre las ideas de la izquierda con la universalidad, con la solidaridad y con el valor del ser humano como tal, con independencia del territorio que habite.
En la situación actual, todo el mundo tensa la cuerda en beneficio propio, y en nada observo diferencia entre unas ideologías y otras. Es más, en ocasiones tengo la impresión de que se han cambiado los papeles y de que cada uno actúa en campo contrario. Parece que todo el mundo aplicara el asqueroso principio de “a mí me han elegido para defender a mis representados aun a costa de que se hundan los demás”.
Será tema que nos ocupará muchas horas y muchos meses. Y que nos acercará o nos situará con la coraza puesta, mirando siempre el beneficio personal y olvidándonos de todos los demás, que son siempre casi todos.

martes, 22 de julio de 2008

UN DÍA QUE SE ME CAE DE LAS MANOS

Releo una traducción de las Fábulas de Esopo y se me caen de las manos, como si fueran migas de pan que arrojo a las palomas, sin considerar si las van a comer o no, simplemente para que me dejen en paz y vuelen a su aire. Es verdad que, todas juntas, presentan una alfombra de costumbres y de pensamientos, que, bien mirados, suponen todo un modelo de vida, un modelo de vida que no ha cambiado tanto después de veintisiete siglos. Sus apuntes morales vienen a resultar una letanía de buenas costumbres, pero desgajadas, de una en una, son como polvo, no son nada, son una ocurrencia popular semejante a la que la sabiduría popular ha ido subrayando en sus refranes a lo largo de los siglos.

De modo que las sorbo por poco rato y vuelvo a ellas después de dedicar mi mente a otras cosas. Este calor veraniego me disuelve y casi me licua y hasta me hace gaseoso, no me deja con capacidad para emprender ningún proyecto que no sea ver si las temperaturas se alivian y me alivian por la tarde y por las noches.

Y en medio del día me llega la noticia de la muerte en accidente de un hijo de Cipri. Se había casado hace escasos días y seguramente iniciaba los primeros pasos de una vida nueva e ilusionada. Qué trago para sus padres y para toda su familia. Seguramente es lo peor que a uno le puede suceder. La muerte rompe toda lógica, aunque en realidad la cumple, pero, cuando el que fallece rompe la sucesión lógica de edades, todo se descompone, desajusta las mentes y destroza las voluntades. ¿Quién puede explicar un hecho así? ¿A quién se le atribuye la causa? ¿A quién se le puede reclamar? No hay lógica, solo sentimientos rotos y el universo sobre las cabezas. Lo siento de veras. Iré, pese a lo poco que me gusta, a pasar un rato con sus padres. El tiempo, incluso en estas situaciones límite, serenará los sentimientos. Por el camino quedarán demasiadas sensaciones. Qué le vamos a hacer. Mis condolencias. No sé qué decir.

Menos mal que tengo alguna razón para celebrar algún asunto familiar del que, aunque tarde, me doy cuenta. Resulta algo agridulce pues debería alcanzar a algúna persona que ya no está, pero hay lo que hay y, si los recuerdos son positivos, y lo son, todo queda mejorado. Así que felicidades y un beso muy fuerte.

lunes, 21 de julio de 2008

HUIR PARA VOLVER AL MISMO SITIO


Ahí va otro aforismo comendador que me atrae: “Huir es también correr hacia algún sitio”. Y me vale en la concepción física y en la concepción moral, aunque me interesa más en esta última. El hombre está sumergido en un espacio y en un tiempo del que es imposible salir, y cualquier movimiento que realice no le proporciona otra cosa que tiempo y espacio: a un día le sucede otro día, a un mes otro mes, a un horizonte otro horizonte y a un planeta otro planeta, sin que realmente se perfile nunca el horizonte, pues este no es otra cosa que un simulacro de lo infinito, una verja que da paso a otro jardín inmenso, un acantilado que se desploma en otro océano insondable. Todo es espacio y tiempo, aunque el hombre no haga otra cosa que intentar dominarlo y ponerle límites en un proceso inútil en el que siempre termina fracasando.

El ser occidental huye de su territorio de referencia durante unas fechas con la intención popular de “cambiar de aires”, y se afana durante mucho tiempo para eso. De ello hace una obligación y un triunfo. Al cabo de un tiempo, vuelve al redil, al territorio acotado por la costumbre, al horizonte hollado todo el año. Lo mismo ocurre con el tiempo. Uno puede desear el fin de la semana laboral pero se encuentra con otros días que amanecen y anochecen de igual modo, que ven pasar el tiempo y contemplan el espacio; o desear que llegue una fecha señalada en el calendario para darse cuenta de que el día siguiente está ahí, a vuelta de página, y de que todo continúa inevitable y como sin sentido. Hay procesos de tiempo y división de espacios, ilusiones que permiten vivir como si fuéramos capaces de dominar lo inevitable.

Un resultado similar ofrece el plano moral. Huir de una situación pongamos poco placentera no nos asegura que nos vayamos a topar con nada mejor, solamente asegura que con otra cosa sí nos vamos a dar de bruces. Porque todo es un continuum, no hay espacios vacíos ni se detiene el tiempo. La idea de la huida, además, parece imponer que somos nosotros los que aceleramos las situaciones, como para no dejarlas que se desarrollen a su aire, en un empeño loco por cambiar lo que nos supera y nos domina.

¿Para qué, entonces, la huida si el resultado es impreciso y puede resultarnos negativo? Tal vez necesitemos ahondar en el sentido de lo que nos sucede para poder gozar de cada instante y no forzar el ritmo de la vida tratando de acelerar lo inevitable. Gocémonos por tanto, sepamos sacar jugo a lo que depende de nosotros y no nos mortifiquemos con todo lo que nos supera. Y volvamos a aquel “No pasa nada si a mí no me pasa nada”. Es un decir.

domingo, 20 de julio de 2008

SOLO TENGO CERTEZA DE LA DUDA

Necesito llegar a la certeza y no soy capaz de salir de la duda. Y, como me mantengo en la duda, necesito cada hora un poco más seguir rastreando el sendero de esa certeza que se me escapa por pies cuanto más cerca la siento. Ya sé que muchas teorías ensalzan la duda como método, pero eso a mí me interesa menos. Si lo digo es porque la práctica me lo enseña, no porque lo lea en la teoría ni porque lo infiera de tal o cual sistema. Vuelvo, por ejemplo, a Lévi-Strauss: “La verdadera ciencia enseña, por encima de todo, a dudar y a ser ignorante”. A mí me gustaría que, de vez en cuando , fuera un poco más compasiva conmigo y me situara en el territorio de alguna certeza, de tal modo que mi conciencia descansara y sintiera la necesidad de levantar una tienda, al menos temporal, para descansar y susurrar la satisfacción de lo que se siente definitivo. No hay manera. Cada día siento todo con más perfiles y con más aristas, con menos luces y con más contrastes. ¿Qué puedo decir del mundo religioso? ¿Y del mundo social? ¿Y del político? ¿Y del económico? ¿Y de la publicidad que todo lo domina?

O acaso necesito desengañarme, no pedir lo que no se me puede dar y aprender a sacar jugo a los pequeños actos que jalonan mis días, instalarme en el caos y el sinsentido como último sentido, renunciar a la explicación de lo que no la tiene, volverme relativo y pasajero por decreto, mojarme con el agua como antídoto del sol y del calor, comer si tengo hambre, dormir si estoy cansado, aguardar la mañana como algo que sucede a la noche y que la precede también, no enfadarme con nada para que no reniegue mi conciencia, refrescarme en un tinto de verano si me lo pide el cuerpo, descubrirme caminando por cualquier bosque y seguir con mis pasos, dejar que anochezca con un libro en las manos sin saber por qué causa lo sostengo.

Sé que sueño unas necesidades que no se cumplirán tan fácilmente y que, en el fondo, no estoy del todo seguro de quererlas. Será la condición la que lo explica. Será tal vez. Solo tengo certeza de la duda, de esta jodida sombra que me habita. Con ella voy cargado, cansino y balbuciente. Vale, mañana será otro día.

sábado, 19 de julio de 2008

POR LA CUERDA DEL CALVITERO


Mis montañeros de cabecera me han hecho madrugar estas mañana más de lo habitual. A eso de las siete y media ya poníamos rumbo a la Covatilla, y, cuando eran poco más de las ocho, nos enfrentábamos a la subida que nos había de llevar desde la estación de esquí hasta la Ceja. La sierra siempre se contempla en la progresión subida-bajada, nunca al revés. Por eso, la primera parte es enfrentamiento y esfuerzo, altura y más altura y vistas diferentes según se vayan alcanzando cotas. Hacía algún tiempo que no subía por allí y me encuentro con la sorpresa de que han ampliado pistas y de que aquello va tomando cuerpo cada vez más profesional. Incluso se ha levantado algún edificio más. Pero interesa subir y subir, ganar altura, situarse en la cuerda del Calvitero para transitar por ella con tranquilidad y admirando los panoramas que desde ella se divisan. Poco importa que hayan desviado el camino hasta separarlo de las pistas. No entro en esa cuestión. El caso es que, a la orilla de una regadera que canaliza el agua desde lo alto de la montaña, vamos dando vista a lo más alto de la sierra. Antes de alcanzar la cima, nos encontramos con la nieve. En pleno mes de julio. El nevero es grande y seguramente se mantendrá durante todo el verano, a la espera de los primeros copos del otoño. Como tengo unos guías tan estupendos, voy escuchando cómo les van poniendo nombre a todos los lugares. Yo no me los aprendo, o al menos no todos.
Cuando llevamos caminando más o menos una hora, alcanzamos el alto de la cuerda, a la altura de El Canchal Negro. Desde allí todo es panorama y extensión. El día tiene un fondo de horizonte un poco gris pero, a pesar de todo, la vista se pierde por todas partes. A un lado la cuenca del Tormes y del Duero, a la otra la del Tajo. Estamos en lo más alto del Sistema Central, con Gredos, y casi todo queda a nuestros pies. Se anunciaba un día caluroso, pero aquí arriba el aire suaviza la temperatura hasta dejarnos una sensación agradable y fresquita. Nuestros pasos avanzan por los dominios de la Serenita y se dirigen hacia el Calvitero. Por lo alto de la loma, hasta no hace mucho nevada, se dispersan mojones de escobas que apenas levantan del suelo y que ahora, ¡en pleno verano!, están celebrando con sus flores su particular primavera. El suelo está tapizado de florecillas que apenas apuntan entre los guijarros pero que salpican el suelo con un manto multicolor.
Preferimos dejar la parada en el Calvitero para el regreso y seguimos avanzando hasta dar vista a las Lagunas y hasta lo alto de la Ceja. Allí se mantienen neveros muchos más colmados. Sobre ellos, con la mirada llena de horizonte, calmamos nuestros estómagos y rendimos tributo a nuestro cansancio: Incluso tenemos que refugiarnos tras unas rocas para que el aire fresco no nos moleste. ¿Quién dijo que llegaba una ola de calor?
El regreso, llaneando o cuesta abajo, se presta más a la contemplación y a la certeza de lo que siempre se comprueba en la naturaleza: su fortaleza y nuestra provisionalidad. Paramos en el Calvitero, la cima visible de la sierra, un lugar de altas miradas, como comenta Manolo Casadiego. De altas y de bajas, de panorámicas infinitas y de sensaciones físicas diferentes. Y así hasta descender de nuevo a la Covatilla. ¡Descender hasta la Covatilla! Cuando llegamos, una ristra interminable de moteros, con sus ruidos estridentes, con sus prisas y con sus velocidades, nos sitúan de nuevo en los parámetros de cada día. Después llego a mi casa y, desde mi terraza, me paro a contemplar las cimas por las que han hollado mis pies esta mañana. Y me siento satisfecho. Que no es poco.

viernes, 18 de julio de 2008

LAS PREGUNTAS CORRECTAS

Me pregunto -inocente de mí- cuáles pueden ser los fundamentos de la sabiduría. Naturalmente, no poseo ninguna respuesta positiva. Como casi todo el mundo. No pasa nada. Qué le vamos a hacer. Sabio debe de ser el que sabe. Por ejemplo el que sabe de sí mismo, para poder saber también de los demás y de las otras cosas. ¿Y qué es eso de saber acerca de uno mismo? Pues acaso tener alguna certeza de las causas de su existencia, de su origen, de su sentido, de su fin, si es que posee alguno, conocer las razones de sus reacciones para poder controlarlas o para dejarlas fluir libremente, plantar alguna relación entre pasado, presente y futuro… Qué sé yo, eso de las grandes preguntas de siempre.
Parece este un camino bastante cerrado, pues por él han transitado muchos (o pocos: los pocos sabios que en mundo han sido) para terminar encontrando escasas certezas. No estoy seguro de que ninguno de estos sabios haya alcanzado realmente ningún convencimiento. Acaso por vía negativa, soltando lastre de lo que a todas luces no puede ser buen camino, pero poco más. Y, sin embargo, para ellos es el nombre de sabios.
Sigo preguntándome por qué y en la Historia se me representan aquel “Solo sé que no sé nada”, o el “Gnosce te ipsum”, o el grito de Unamuno: “Adentro”, o cualquier otro modelo similar. Por el mundo pululan seres a la búsqueda diaria de soluciones múltiples. Todo el mundo se afana en darle vueltas a la vida para conseguir de ellas unos mínimos réditos que le permitan la supervivencia en una estructura que hace aguas por todas partes. Y no parecen sabios ni por casualidad.
Sospecho que, en el fondo, no es sabio el que da respuestas a cada cosa, ni el que sabe darle esquinazos a la vida para saber sobrevivir, ni el que se aúpa sobre los otros como vencedor de algo. Y es que antes que las respuestas están las preguntas. La vida es un continuum de falsetes, de situaciones nuevas, de provocaciones a cada paso. Tal vez el sabio sea el mejor seleccionador, el que sabe dar el no a tantas tentaciones, el que sabe escoger el mejor plato, el que discrimina con criterio, el que, por fin sabe hacer las preguntas correctas. Una buena pregunta encauza los esfuerzos, concentra las atenciones, desgasta lo imprescindible y mira de reojo a todo lo prescindible, que es casi todo, por supuesto. No creo que la elección resulte nada fácil, y menos con las presiones externas que sufrimos. Pero ahí quizá esté el duende, “la soledad sonora”, “el aire que recrea y enamora”.

jueves, 17 de julio de 2008

HOY SÍ HA PASADO ALGO

Dura jornada para mí. Gozosa y triste al mismo tiempo. He visitado en Salamanca a mi madre. No espero que vaya a mejor porque no es casi posible; no espero que vaya a peor por la misma razón. Sencillamente aguardo y veo pasar los días.

Con nosotros han comido nuestros hijos, con nosotros han pasado un rato en la consciencia de lo que hay y de lo que se puede esperar. Me gusta que compartan también lo menos bueno, y que busquen razones a la vida, y que la peleen, y que la gocen, y que la creen cada día, y que se den cuenta de que su recorrido tiene unos límites reales aunque confusos, y de que también si se comparten algunas experiencias se llevan con más calma.

Lo demás poco importa por pequeño y banal. Hoy sí ha pasado algo, porque me ha pasado a mí. Prefiero sumergirme en el silencio.

miércoles, 16 de julio de 2008

YO SEGUIRÉ MIRANDO


Me resulta placentero sentarme en mi sillón durante las sobremesas del mes de julio y contemplar el desarrollo del Tour de Francia. La repetición cansina del pedaleo me sumerge en un duermevela del que resucito cuando cualquiera de estos esforzados sigue en el mismo son, dando pedales y rumiando paisajes. En realidad, lo que más me gusta es el fondo verde de los campos que tanto suele contrastar con los de este país, generalmente ya ganado por los amarillos en esta época del año.
Hoy he hecho lo mismo a la vuelta de un precioso paseo por los pueblos de Sequeros y San Martín del Castañar, pueblos anclados en las laderas de la Sierra de Francia, soleadas y a la vez umbrosas, entre robledales y castañares. Pero enseguida me entero de que a otro deportista bejarano lo han pillado con las manos en la masa: Moisés Dueñas, ciclista bejarano, acusado de consumir EPO, puede ser condenado a cinco años de cárcel. Vaya por Dios. Primero Heras y ahora Dueñas. Y esto último a escasos días del follón botellonero del Regajo.
No creo en eso de las marcas con denominación de origen; quiero decir que en nada me siento representado por patriotismos barriobajeros que piensan que lo de su pueblo es siempre lo mejor; pero me duele que con tanta frecuencia, y en casos tan sonados, el nombre de esta estrecha ciudad se vea en boca de todos con noticias negativas. Esta ciudad, como las otras, tiene elementos estupendos y seres menos buenos, cabezas bien conformadas y mentes que dan poco de sí mismas, emprendedores y resabiados, optimistas y pesimistas, gente buena y gente de la otra… En fin.
No tengo nada nuevo que añadir a lo que recuerdo haber dicho cuando lo de Heras. En esta sociedad reglada, al que le pillan según el artículo correspondiente lo condenan y a otra cosa. Casi todos los deportistas de élite se ayudan con sustancias que los normalitos ni conocemos ni nos interesan porque no nos ganamos la vida con sus resultados. En la misma sociedad otros se estimulan con sustancias más perjudiciales pero, si no están apuntadas en el artículo correspondiente del código, lo que pueden recibir no son críticas sino aplausos. El asunto no es más que otro excremento del tipo de sociedad en la que vivimos, que exige ganar, ganar y después ganar, y que quede en el camino lo que tenga que quedar. Al fin y al cabo, no es más que otro héroe que se cae, pero no pasa nada: mañana habrá otro deseando ocupar su lugar: esto es una rueda que no para.
De modo que me seguiré sentando a mirar el Tour y contemplaré las verdes praderas europeas en las tardes de sol español; después miraré a la sierra desde mi terraza y pensaré que tampoco está tan mal. Y dejaré correr el tiempo, que me envolverá en sus alas y me transportará por la línea sutil del horizonte.

martes, 15 de julio de 2008

NO PASA NADA SI A MÍ NO ME PASA NADA

Y van pasando los días como pasan los rayos y llegan las noches. Después de mi paseo mañanero por las proximidades del pantano y del río, me he sumergido en otras aguas, las que destilan de la nueva publicación de Luis Felipe Comendador. Se trata de un libro de apotegmas, sentencias, aforismos, proverbios o yo qué sé, que agranda aquel “Aráñame” de no hace mucho. El nuevo producto toma nombre de una de las sentencias que se incluyen en el mismo: “NO PASA NADA SI A MÍ NO ME PASA NADA”.
Definitivamente creo que LFC anda mejor en las distancias cortas y que hace bueno aquello de que lo más bello quizás sea el silencio. En este caso tenemos incluso un prólogo profesoral y todo, que parece que no pero coloca al texto en otra dimensión, tal vez traicionando un poco el espíritu del mismo. Bueno, yo qué sé. Yo voy a aprovecharme del mismo -aquí lo anuncio y el que quiera ya puede ir denunciándome- porque lo voy a usar como rosario de sentencias que me empujen a decir algo sobre lo que yo creo que encierran. En muchas de estas sentencias me encuentro reflejado; en otras me siento exactamente el envés de la hoja.
Por ejemplo, ahí va la primera, la que da título al libro, que encierra toda una filosofía de vida y que a mí me suscita muchas dudas. ¿Cómo que no pasa nada si a mí no me pasa nada? Se afirma la supremacía del individuo frente a todo lo demás y podría parecer correcto y hasta fantástico para ensalzar al ser humano. Pero ya he defendido muchas veces que el ser humano no puede definirse sin la existencia y el roce de los otros. Seguramente una buena vida es aquella que aprende a saber rozar solo en lo imprescindible, que solo interpreta si lo que existe le afecta, que tiene que tener sentido para olvidar todo lo demás, aunque solo sea por la incapacidad de atender a todo; pero es que, si pasan cosas, a mí me tienen que suceder cosas, o me tiene que doler algo de eso que sucede por ahí. De modo que entiendo la lectura de que ´realmente pasa algo cuando a mí me pasa, es decir, cuando me doy por aludido y, si no, sigo adelante como si no hubiera ocurrido nada´ pero me invito a que -si puede ser sin atosigarme- me duela siempre algo de lo que me rodea. La duda me domina cuando constato la imposibilidad de aportar alguna solución a aquello que me duele de lo que sucede por ahí. Entonces comprendo que no es mala solución recluirse y esperar tiempos mejores.
En fin, que aquí me quedo, contemplando el título del libro, pensando en su justicia o su injusticia, mirando la portada en blanco y negro, desdibujando un poco los rayos de la tarde, mientras aguardo a que este colega escritor del libro me venga a recoger para oler un rato los aromas de Palomares. Que los vientos nos sean propicios y orienten los aromas hacia otra parte. Sea.

lunes, 14 de julio de 2008

COMO UN RELOJ SIN DÍA

Nada que cortejar en este día de julio. Un paseíto mañanero camino del pantano, entre sombras y algunas aguas de regatos. Una sesión eterna de masaje en las manos de bruja de Isabel en Candelario, un ratito a la vera de una piscina chula, una cerveza a tiempo, negra y todo, otro paseo nocturno por el parque con charla con Cipriano, alcalde de esta ciudad estrecha, al que se le ensanchan todas las dificultades de todos los vecinos, y vuelta a media noche hasta mi casa. Un día sin reloj para un reloj sin día. Mañana será otro día.

Me sigue alucinando la insistencia de esta derecha liberal política que no deja de gritar intervención del Gobierno -con razón o sin ella, ese es otro cantar- en estos momentos llenos de crisis. ¿Pero no se pasan la vida gritando la no intervención? ¿En qué quedamos? ¿Por qué no siguen gritando sálvese quien pueda y viva el mercado? Que me lo expliquen estos sabiondos si es que saben o pueden. Me siguen llamando más la atención estos mismos problemas pero aplicados al ámbito en el que me muevo, a esta ciudad pequeña. En ellos he visto enfrascado a Cipri, con la mente en mil cosas, con mil frentes abiertos, con muchas variables que le soplan en contra, con tantos elementos que ni puede ni podrá controlar jamás, como sumergido en el mal sueño de una noche de verano. Que descanse y sueñe felizmente. Lo necesitamos todos.

domingo, 13 de julio de 2008

HUMANISMO BIEN ENTENDIDO


Ahí van unas palabras de Lèvi-Strauss: “Un humanismo bien ordenado no comienza en uno mismo, sino que ubica el mundo antes que la vida, la vida antes que el hombre y el respeto a los otros antes que el amor propio.”
Sospecho que este pensamiento anda muy lejos de la arena de las playas, de las sombrillas y de las fiestas de la gente bien. Y no digamos de los botellones y de las terracitas de verano. Es igual. Allá cada uno. Lo importante que resulta saber jerarquizar las ideas. O al menos ordenarlas. No estoy seguro de que esta idea de humanismo se corresponda con la clásica del Renacimiento. Más bien sospecho que la reordena para situar al ser humano en un proceso más que en un principio y en un final. No es aquí el hombre el centro de todo, el fin de todos los anhelos y la causa de todas las preocupaciones. Tampoco veo que, en este pensamiento, se degrade la categoría ni se reste importancia al significado del ser humano. Aquella explosión de júbilo con que se inició la Edad Moderna aquí se serena y se analiza tratando de colocar a cada uno en su sitio. Y todo desde una base científica y de observación. Por eso primero el mundo, luego la vida y, como una forma más de las posibles en esa vida, la del hombre. El colofón, por si acaso, aún nos obliga a restregarnos un poco más los ojos: “antes el respeto a los otros que el amor propio.” Como si la naturaleza del hombre tuviera que sustanciarse en su relación con los demás, como si en la definición del ser humano interviniera, y de qué manera, la relación con los otros seres. Tampoco es idea del todo nueva -recuerdo una vez más a Ortega- y yo ya la he dado por buena en otras ocasiones. Así que repienso las palabras de este hombre ya centenario, sereno y relativo, con freno y marcha atrás pero con el coraje de expresar lo que piensa y lo que observa.
Yo propongo la experimentación sencilla de salir al campo y observar para luego ordenar y decidir. Inmediatamente descubre cualquiera que lo más duradero -antes y después- es la naturaleza física, son los minerales, es la masa y sus relaciones; solo después se concibe la vida y se la ve ulular por todas partes. Pero todo tipo de vida, no solo la humana, que muchas veces no hace sino estorbar, o contemplar, o gozar de la vida de los demás seres. Siempre con la convicción de su temporalidad, de su caducidad, de su improvisación. Cuando el ser humano se da la vuelta y ve a su lado a tantas otras personas en la misma situación, todo se torna certeza de que comparten la misma realidad perecedera, y de que esa realidad es múltiple pero que tiene que ser compartida por necesidad. Acaso solo entonces adquieran solidez las palabras y las resoluciones que adopte. Y tal vez entonces se vuelva un perfecto fingidor para darle a su vida un sesgo de alegría y para no sumirse en la desolación de lo que no encuentra acomodo en las verdades eternas. Tal vez.

sábado, 12 de julio de 2008

CARLOS BLANCO, DE OFICO SUPERDOTADO

Tiene solo veintidós años y el individuo ya ha completado cuatro carreras universitarias, ha escrito dos tesis doctorales y habla nueve idiomas. ¡Y el gachó no tiene ni siquiera un nombre raro de esos que nos pudieran hacer pensar que procede de algún sitio extraño como para considerarlo quizás extraterreste!
Leo la noticia en un periódico y me deja perplejo. Sé del ejemplo de Pentamarta, mujer a la que conocí personalmente hace ya muchos años y que anda por la carrera veintitantas, me parece (entonces llevaba cinco y por eso la motejábamos así). O sea, que existen los casos, vaya que si existen. Y yo dedicando las mañanas de muchos sábados al paseo por la pista Heidi, como esta mañana, mirando el valle de Hervás a mis pies y obligado a vestirme con manga larga ¡el día doce de julio y en Extremadura! Miro la fotografía del susodicho empollón y me parece como un acólito sonriente de cualquier parroquia o un militante aplicado del PP. Las apariencias, ay las apariencias.
Pero ahora en serio, hay algo que me ocupa con más calma. Cualquier ser humano necesita de los demás en su vida, nadie puede permanecer solo durante mucho tiempo (al menos tiene que conversar consigo mismo), y la enfermedad por excelencia es la soledad, el miedo a que no te dejen participar los demás, el terror a que te excluyan, no importa de qué sino el hecho de que te aparten. Me pregunto en qué medida estos seres superdotados no sentirán la espada de la soledad sobre sus espaldas, cómo se establecerá la comunicación diaria con los demás humanos normalitos, que aspiran a cosas elementales y se conforman con poder comprar en las rebajas y con salir algunos días de vacaciones. Ya me noto yo demasiado extraño, siento que la convivencia se me torna difícil, que encuentro demasiados malos entendidos, que me alejo con demasiada frecuencia de los fregados sociales, que entiendo muy escasamente los valores que marcan la pauta en esta sociedad. Y yo no soy un ser de tanto título ni tan superdotado como estos coleguitas tan extraños. ¿Cómo se las manejarán ellos en el día a día?, ¿cómo verán la vida de los demás? La sabiduría no está en la acumulación de títulos ni en el acopio de lenguas en las que expresarse, eso parece claro, pero nada me niega el hecho de que encima acumulen dosis de verdadera sabiduría. Tiene que ser la monda. Querría saber si esos excesos les favorecen en sus vidas o los convierten en seres repugnantes y encumbrados en púlpitos lejanos. Porque entonces el remedio se nos estaría convirtiendo en algo peor que la enfermedad.
Miro y remiro la cara de este joven. Tiene un no sé qué especial de culto y de maduro. Me gustaría que además, o tal vez por eso precisamente, fuera un tipo normal y accesible, un sabio de verdad. De nuevo es el momento de recordar el espíritu de las palabras del maestro: ninguna cualidad humana puede ser superior a la del hecho de ser hombre. Pues eso.

viernes, 11 de julio de 2008

ESTO NO ES TAN SENCILLO

Pero bueno, ¿qué pasa? Hace muy pocos días anotaba aquí el disgusto que me causaba el hecho de que algunos desaprensivos hubieran encontrado gracia en molestar a una familia que vive en la carretera del Castañar y ponía mis reparos al asunto del botellón y a lo que significa. El asunto ha rodado y se ha convertido en una bola de nieve peligrosa. Esta mañana nos hemos acercado hasta el paraje con la intención de dar un paseo y de beber en la fuente que mana abundante al lado de la carretera. Al llegar, algo nos ha puesto en guardia: un buen número de operarios municipales estaba vallando todo aquello para convertirlo en un recinto controlado e inaccesible. Parece que para mañana estaba anunciado un botellón de esos que se convocan por móvil y a alguien se la ha ocurrido la peregrina idea de impedirlo por la fuerza. Dos concejales supervisaban los trabajos. A ellos les pregunté y me indicaron que había sido el juzgado el que había ordenado todo aquello. Mi sorpresa creció por momentos. Ellos mismos también estaban extrañados por una orden semejante.
¿Qué se puede hacer ante una orden de este tipo? Muy poco o nada. El poder de un juez es tan grande y, sobre todo, es tan inmediato, que lo mejor es obedecer y echarte a temblar, salvo que te quieras enfrentar a cualquier resolución no deseada. ¿Pero qué se han pensado estos tíos? Tal vez consigan eliminar el botellón de mañana, pero ¿y los de los próximos días y los de las próximas semanas? Si consiguen echarlos de allí, se irán a otro sitio y seguramente será peor. No me los imagino de nuevo en el Parque o en la calle Libertad. Pobres vecinos de estas zonas como vuelvan a ellas. Así que allí vi a unos concejales que no daban crédito a sus oídos, obedeciendo a lo que no entendían, a un alcalde que, enseguida, ha publicado un bando, por si acaso, y a algún juez a quien nadie conoce que se escuda en el artículo equis de la ley de no se sabe qué.
Los que hemos escrito contra el botellón lo hemos hecho (yo por lo menos) para que se piense en él como algo que se tiene que mejorar, que no es obligatorio realizar cada semana, que no da derecho nunca a molestar a los demás, que no constituye ningún timbre de gloria social, pero que también recoge una forma de reunión juvenil que no encuentra fácilmente otras posibilidades para su expresión y para su ocio. E invitábamos a la reflexión a todos los estamentos sociales, empezando por los propios jóvenes pero siguiendo por los padres, por los representantes públicos, por los educadores, comerciantes…
Ahora resulta que nos encontramos con el extremo opuesto y yo me noto como en un fuego cruzado, hasta el punto de que podría parecer que donde dije digo digo Diego. Y no es el caso. Hay que expurgar a los tontos, que acaso no sean pocos, ponerlos en ridículo, invitarlos a cambiar de actitud y, en caso contrario, hacerles sentir el disgusto y el rechazo de todos los que sanamente cumplen con el respeto hacia el resto. Lo mismo que tendríamos que hacer con todo en la vida. La orden del juez me parece desmedida y no creo que consiga nada positivo. Es fácil ordenar mirando solo lo que dice el código. La vida es mucho más rica que esa simpleza. Ojalá todos supiéramos verlo. Y los tontos del haba que se marchen, que se sientan aislados, que noten en el cogote el soplo del rechazo, que nadie les ría las gracias, que alguna vez comprendan que hacer el tonto es poco productivo. Veremos lo que pasa.

jueves, 10 de julio de 2008

ANIVERSARIO

Un año más, la certeza de un añadido más, la serenidad de lo que miro tranquilo y complacido, la amplitud de un camino ya muy largo, otro hito notable en el sendero. Feliz aniversario para mí y para los míos.
Los hechos importantes de la vida se fraguan al amparo de cualquier casualidad y de unas variables en poco o en nada dominadas por los interesados. Una fugaz mirada, una respuesta tierna, un impulso de incierta procedencia, las estrechas medidas de un espacio compartido, un átomo de tiempo que se asomó a dos seres a la vez, la persistencia en dar cobijo a aquello que gustaba, y, sobre todo, el hacer el camino en compañía, cogidos de la mano, tejiendo y destejiendo tantas cosas, levantándose a tiempo de infelices caídas, entendiendo que acaso no es todo lo que esconde la razón y que la buena voluntad allana los caminos, sintiendo la dificultad constante de la convivencia para no pedirle a la vida mucho más de lo que nos puede ofrecer, pensando que las posibilidades son infinitas y que elegir un camino es renunciar en alguna medida a todos los demás pero entender que otras soluciones tampoco son mejores, en fin, haciendo oídos sordos a demasiados cantos de sirena y dando por bueno que todo es mejorable pero que también todo puede empeorar, vengo a declarar que aquí me hallo, en un aniversario más de mi boda, echando una ojeada a las etapas que quedan ya gastadas, mirando con recelo a las que aguardan, con el contento enorme de compartir la vida con alguien que me aguanta y me soporta, y que también me quiere, con el eco de mis dos hijos corriendo por el mundo, con todos los gozos y tristezas que componen mi vida, con la gente y las cosas que me rodean, con todos los que me respetan y con los que me brindan su amistad, con mis ideas a cuestas y con mis dudas siempre, con mis equivocaciones y con mis pequeños aciertos.
De todas las imágenes me quedo con mi mujer, con mi Nena, con la que tanto he compartido y con la que quiero serenamente envejecer, en medio del chaparrón de la vida, en medio de la tormenta y de la calma. Para ella hoy mi cariño. Y mañana, y pasado…

miércoles, 9 de julio de 2008

¿QUÉ PASA EN ESTA CIUDAD?

Los días vacacionales dan para todo y, en realidad, no dan para nada. Algunos afirman que es mejor quitarse el reloj y dejar que corra el tiempo sin preocuparse más que de aquello que por estas tierras se llama vida pastoril y que se completa con tres obligaciones bien sencillas cuya denominación de origen no puedo reproducir aquí.
Bien poco claro tengo yo este asunto pues me parece que esto supondría dejarse llevar por la vida, supeditando todo a eso que llamamos horario laboral, que, en estos día no rige. No, no puede ser así. Pero el caso es que empieza uno levantándose tarde, perdiéndose las primeras horas del día, tan luminosas por estas fecha, y va uno llenando las horas de una manera bastante displicente y como dejándose arrastrar por la inercia. Todo se va cumpliendo, el tiempo, dividido de una forma o de otra, sigue su curso sin atender a nadie, y, al final, con actividad o sin ella, llega la tarde, se acerca la noche y del calendario se cae una fecha más.
Yo ando un poco sumido en esta dinámica. Un poco al menos pues algunas cosas me impongo y las voy realizando. Hoy, casi para llenar el tiempo, me he dado una vuelta por las calles de Béjar, me he acercado hasta la Plaza Mayor, he charlado unos momentos con Felipe, preparado para su ruta por Huelva, y he vuelto lentamente, dejándome llevar por mis pasos y por mi mirada, calle Mayor arriba, hasta mi casa. No soy persona propensa al paseo por las calles comerciales, pero hoy quise hacer esa ruta para mezclarme con la gente y echarle un pulso a la vida por la calle de las calles de esta ciudad estrecha. Estamos en pleno julio, las rebajas están en su momento más propicio (todo el mundo dice “punto álgido” sin conocer que álgido significa helado -con el calor que hace-), y yo esperaba una calle abarrotada de público. Equivocación absoluta. ¡Las tiendas estaban casi vacías! Apenas algún cliente deambulando por la calle y entrando y saliendo de los comercios. Muchos dependientes con los brazos cruzados y hasta escasos paseantes. ¿Qué pasa en esta ciudad? ¡Era mediodía y primera parte del mes! Menos mal que, a medida que me iba acercando a la Corredera, el aspecto de la calle había cambiado algo.
En muchas ocasiones me he pronunciado en contra de este modelo económico que sufrimos y que gozamos, en absoluto me gustan los barullos y mucho menos dedicar mi tiempo a ir de compras, pero algo me ha dejado pensativo esta mañana mientras caminaba lentamente calle Mayor arriba. Los que más creen en este tipo de modelo económico, el del mercado por encima de todo, deberían hacérselo mirar y quizás todos tendríamos que reflexionar sobre lo que estamos viendo y haciendo. Un par de variables para la reflexión: a) ¿Alguien quiere ponerse a pensar cuál es la curva de población en la ciudad de Béjar y todo lo que de ese análisis se deriva?, b) ¿No hay por ahí nadie que defienda que la vida es algo más rico y variado que lo que son los simples índices económicos?
Tal vez nos falten foros de debate. Quizás esté yo muy equivocado. Quién sabe.

martes, 8 de julio de 2008

MICROCOSMOS

¿Qué pensaría la gente si se le volviera con la cantinela de que el ser humano es un microcosmos y que todo lo que posee el gran cosmos está encerrado en él? La afirmación tiene un tufillo religioso que no se puede aguantar. Pero es que repasar la historia de nuestra literatura, de nuestro pensamiento y de nuestro quehacer nos demuestra que ha sido esta afirmación algo que ha sustentado la vida de los que nos han precedido. Y es que la religión lo ha impregnado todo, lo ha guiado todo y ha tratado de explicar todo.
Leo estos días un libro que lo confirma y lo demuestra con numerosos ejemplos, “El pequeño mundo del hombre”, de Francisco Rico. Desde Alfonso el Sabio hasta Quevedo, Gracián o Calderón, pasando por Lope y muchos renacentistas -más los barrocos-, todos se dejaron llevar por la superestructura de la religión y por el afán de llevar todo al terreno de la creación y del dios único y creador. Tuvo que ser el S XVIII y su racionalismo el que contribuyera a la ampliación de explicaciones acerca de este minúsculo ser como es el ser humano, para salirse del mundo de la metáfora y para descubrir y entronizar el mundo de la contigüidad y de la transversalidad. Desde entonces tal vez seamos algo menos, pero somos algo más nosotros mismos. “Micro cosmos”, reflejo del gran cosmos, sustitutos divinos, representantes de la divinidad. Qué ilusos. En tal caso, tendríamos que ser microcosmos para lo bueno y para lo malo. Y, al menos en los aspectos negativos, es difícil mantener tales verdades. Porque anda el mundo que para qué.
Y, sin embargo, seguimos pensando sin descanso en las bases que den consistencia al ser humano, en las razones que lo expliquen, en las ilusiones y proyectos que lo mantengan vivo. ¡Adentro!, ¡A por el hombre!, ¡A descubrir sus glorias y miserias!, ¡A sentirse capaz de casi nada, hermano de los seres, de todos los que pueblan esta tierra! Y que resulte lo que tenga que resultar. Hablaba Quevedo de lo racional, lo sensitivo y lo vegetativo y trataba de colocar en la cúspide lo racional: “Vuelve, pues, a desandar tu ser y tu vida, desde este estado en que dominas, con solo tu entendimiento y la alma, aves, peces, animales, tierra, agua, fuego y aire, a lo que fuiste antes que la alma racional te ennobleciese: hallaraste una masa vergonzosa de asco y horror, sazonada con veneno”. Desde entonces para acá, el desarrollo de esa inteligencia nos ha puesto un poco más en lugar adecuado, o al menos real. Qué realidad compleja esta la nuestra.
Para la reflexión, estos versos de Quevedo:
“Está la ave en el aire con sosiego,
en el agua el pez, la salamandra en fuego.
y el hombre en cuyo ser todo se encierra,
está solo en la tierra”.

lunes, 7 de julio de 2008

COMO DE LA PESTE

Estas son palabras de Marx: “…En su trabajo el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; …mortifica su cuerpo, arruina su espíritu. Por eso el trabajador solo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo, fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cundo trabaja no está en lo suyo. Por eso (el trabajo) no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo, se huye del trabajo como de la peste.”
En días de vacaciones -o de imitación de vacaciones- tal vez no venga mal pararse un momento a pensar en la maldad o en la bondad de estas afirmaciones. Es verdad que sobre ellas se han echado ya muchas reflexiones pues ha pasado mucho tiempo; es evidente que la economía ha cambiado sus parámetros, sobre todo en la aparente participación de más población en sus movimientos (eso de la bolsa, las acciones y el mundo de las finanzas -en el fondo es todo mentira porque deciden cuatro por todos los demás, pero lo disimulan-); me parece honrado reconocer que alguna otra variable tendría que tenerse en cuenta en este asunto, sobre todo la sublimación de los esfuerzos personales en asuntos familiares y religiosos. Pero en esencia firmo las palabras una a una. El trabajo solo está en la vida del ser humano como necesidad para la supervivencia. El resto es sublimar los esfuerzos en las apariencias, en la escala de valores que nos imponen, en unos objetivos que difícilmente pueden justificarse y que nos arrastran cada día con más fuerza hasta dejarnos exhaustos y sin tiempo para nada que no sea la propia consecución de los objetivos, nunca para su disfrute. Por eso nos pasamos al año ahorrando par dejarnos la piel unos días en el asfalto y en la playa, no vemos la forma de llegar a fin de mes con tal de poder arrancar por la mañana un coche, o nos negamos un rato de tiempo con el fin de poder comprar objetos de todo punto innecesarios.
Pero nos hemos sometido a un esquema social que nos empuja cada hora un poco más, a un modelo de crecimiento que no tiene fin teórico si no es en el absurdo, y a una inercia cada vez más poderosa y veloz. A ver quién es el pequeño héroe que dice no puedo más y aquí me quedo, se aparta del camino y se niega a convertirse en pura mercancía que controla y mueve a su antojo el mercado. El verano no es más que un pequeño aparcamiento para reponer las ruedas del coche humano, para mirarle los pistones y para repostar lo necesario. La máquina es imparable, nos necesita productores y consumidores; sin esas premisas no funcionaría. Así que en septiembre todos al tajo y en forma. “Pero, ¿dónde los hombres?”, ¿dónde el valor del ser humano?, ¿dónde su pensamiento y su sentido? Adentro, coño, adentro. A buscarse y a hallarse. Por si acaso existimos.
N.B. Desconfiaré siempre de aquel que afirme que le gusta el trabajo: conozco afirmaciones de este tipo entre los más vagos del reino.

domingo, 6 de julio de 2008

EL CONGRESO

Por todos los conductos me llegan noticias del desarrollo del congreso del PSOE. Nada menos que el número 37. Es este un partido de largo recorrido y, sin su presencia, la historia de este país no se podría entender. Al menos habría que reconocerle este mérito. Los congresos de los partidos, teóricamente, representan la puesta al día de sus estructuras, de su ideología y de sus perspectivas de futuro. No es bueno, en la práctica, hacerse demasiadas ilusiones porque el día a día lo llevan las cúpulas directivas y, en el caso del partido gobernante, el Gobierno. La preparación de los congresos, la elección de delegados, la aceptación y la discusión de enmiendas, la elección y votación de ejecutivas y muchas cosas más dejan mucho que desear y nos vienen a mostrar una realidad más cerca del ordeno y mando que de la expresión libre y sin trabas de los que allí se reúnen.
Hay mil aspectos destacables de un cónclave de este tipo. Me quedaré con dos que creo importantes.
El primero tiene que ver con el poder casi omnímodo que se le concede al secretario general a la hora de confeccionar listas y de presentar propuestas importantes. Si el partido en cuestión está en el poder, como es el caso, entonces la concentración resulta más ridícula porque nada se le discute. Mala cosa es esta pues parece que por encima de todo lo demás está el hecho de conseguir el poder y que las ideas se ponen al servicio del poder y no al revés. En estas democracias todo se nos va en poner medios para conseguir el poder y, una vez conseguido, todo se considera bueno si creemos que contribuye a seguirlo manteniendo. Cuando este se pierde –e inevitablemente algún día tiene que suceder-, entonces las personas que estaban mitificadas empiezan a resquebrajarse y los que antes los adulaban se convierten en detractores de la noche a la mañana.
El segundo es una aplicación del primero. Tiene que ver con el nombramiento de la cúpula directiva, con eso que técnicamente se llama ejecutiva. Parece que se tiene barra libre y no es así. El cálculo entre la elección de gente afín y de gente que represente a los demás no es sencillo pero hay que intentarlo, porque el partido lo son todos y no solo los que mandan. Si así es, todo se personaliza y terminamos en el individualismo y en la exaltación del líder. Para eso, con perdón, ya tenemos otros partidos que llevan lo de la desigualdad y la jefatura en los genes. Y una variante de este hecho. Se lo oía comentar a Rodríguez Ibarra. Aquí parece que el hecho de ser joven es una cualidad superior a otra cualquiera. De hecho se vienen nombrando personas sin ninguna experiencia y con una trayectoria biológica claramente en formación. Después vienen los excesos y las risas por comportamientos que sonrojan a muchos.
En todo caso, si alguien fuera capaz de superar el personalismo y convenciera a los demás de que ocupar un cargo no significa precisamente ser superior en nada a los demás, estaríamos en otra dinámica social y política. Quizás eso sea pedir demasiado en este mundo en el que estamos embarcados. Pero esa es la clave y no si el que ha ganado es este o aquel. Este método no crea más que falsas expectativas, fracasos por todas partes, triunfalistas y resentidos, morbo y editoriales periodísticos, enriquecimiento de algunos y mala baba de casi todos, y, en fin, este desistimiento de casi todos los que no están en la disputa que ven con escándalo este gran teatro del mundo.
El caso es que son demasidos los que están a la cola del dispensario para pedir la comida y seguir apoyando el retablo de las maravillas. Tal vez por eso se sostiene y da tan bien el pego. Tal vez. En fin, tal vez estuve pesimista.

sábado, 5 de julio de 2008

SERÁS FELIZ

Serás feliz si sales sin complejos
a disfrutar del mundo con la vida,
si imaginas que aguarda en cada esquina
una nueva noticia de las cosas.

Come pan donde hay pan; no busques agua
donde no fluyen gotas, es inútil;
sáciate con la pulpa de las frutas
y sazona tu fe con limpios aires.

Cuando mires al cielo, pon tus ojos
a la imagen más limpia y positiva
de todas las que llegan a la tierra.

Da paz donde haya paz (también donde haya guerra),
y pon tu mano
para medir las señas de otras manos.
Si el amor se convierte en tu destino,
síguelo sin dudar y no lo niegues.

Siéntete como un hombre que camina
con pasos sosegados, por una senda clara,
la senda que recrea sin descanso,
la senda del placer y del olvido.


N.B. Como la felicidad es una situación que solo se revela a tiempo parcial, hay que repetir sus términos y sus palabras de vez en cuando, por si quiere hacernos de nuevo un sitio a su lado por un ratito más. Vale.

jueves, 3 de julio de 2008

LA MASA Y LOS INSTINTOS

A veces, como por casualidad, como suceden las cosas que no tienen mucho sentido, se cuelan imágenes que, en reportaje corto, son muestra fidedigna de todo lo que a uno le rodea. Ayer, en un programa de cadena televisiva nacional, veía las manifestaciones despendoladas y cafres ante la casa del señor Servate, en el paraje de El Regajo, por parte de un grupo que gritaba desaforado y como poseído, parece que por una victoria futbolística de la selección. Después, nuestro alcalde se declaraba desanimado ante la imposibilidad de atajar siquiera dichas manifestaciones.


Me habían hablado de ello el día anterior. Apenas podía dar crédito a lo que oía. Las imágenes terminaron por certificarme que la realidad era más dura que las propias palabras. De modo que resulta que, ante un acontecimiento deportivo, nuestros instintos se nos desatan, como si de felinos muertos de hambre se tratara, y vienen a pagar las dentelladas aquellas personas que lo único que solicitan es tranquilidad y respeto, silencio y armonía. El asunto, bien lo conocemos, viene de muy atrás. Resulta que los niñatos trasnochadores de esta nuestra ciudad estrecha exigen su local al aire libre para dar cuenta en común de las noches de los fines de semana. Vale. Parece que nadie les hubiera enseñado ni impuesto que en este pequeño planeta vivimos cerca de 7.000 millones de seres bípedos ( yo creo que muchos de ellos son trípedos: añádase el pedo que frecuentemente se les sube a la cabeza en esas noches), todos con los mismos derechos y con las mismas obligaciones, y que los derechos de uno de esos bípedos implumes sencillamente terminan donde empiezan los de los demás, que son todos menos él o ella. Fijémonos, por favor: uno frente a 7.000 millones.
No le arriendo las ganancias al matrimonio que decidió, vaya usted a saber por qué, irse a vivir a la carretera de El Castañar. Como la turbamulta se empeñe, al final acaso hasta lo hagan desistir de sus intentos y hasta les entre el síndrome de Estocolmo y los veamos invitando a sangría a todo el que se acerque por aquellos parajes.

Conviene no simplificar los hechos demasiado, porque siempre suceden por alguna causa, y casi siempre por causas variadas. Pero una cosa es no simplificar demasiado y otra muy diferente es no jerarquizar ni ordenar las ideas. Y muy por encima del cauce para la expansión juvenil, del tiempo compartido, de las bebidas más baratas que en los locales cerrados, de la necesidad de dar rienda suelta a los sentimientos y hasta a los instintos y de cualquier otra gilipollez que se quiera aducir, está el derecho sagrado a no ser molestado un día y otro día, sin poner remedio a ello. Seguramente en la solución de este conflicto tendremos que implicarnos todos, pero unos más que otros. Los primeros, sin duda, son los jóvenes que los fines de semana convierten el paraje en un sinvivir y no permiten el descanso normal de los vecinos. En las lagunas de la sierra (es un decir) se puede vocear y allí se molesta menos. Ala, mochila y sendero y a por ellas. Y a por ellos. Que cojan las banderas, las litronas y que no empiecen a dar voces hasta que pasen los primeros cortafuegos. ¿A todo este personal nadie le ha enseñado nunca que existe la posibilidad -la ha descubierto un equipo de científicos en la universidad de Harvard- de no salir de vez en cuando y que no se contrae el cáncer por quedarse algún sábado en sus casitas? Los mayores acaso tendríamos que entender que los más jóvenes no tienen las mismas facilidades que nosotros para expresarse, que no poseen locales ni casas bien acondicionadas, que no pueden fácilmente meter a sus amigos en el comedor a cualquier hora y que en algún sitio se tienen que reunir. Querer aplicar la misma moral en circunstancias diferentes es un fraude al sentido común. Los poderes públicos no pueden esconder la cabeza debajo del ala por la impopularidad: hay que actuar, aun con el peligro de equivocarse.
Hasta ahora, las bromitas nos han salido por doce mil euros de multa. Los pagaremos todos en los impuestos. No es lo más importante. Por el camino hemos dejado la sensación de que la convivencia se ha resquebrajado, de que el entendimiento entre generaciones no es la mejor, de que alguna familia sigue sufriendo mucho más de lo que sería necesario, de que la paz social se ha roto, de que una masa sin control es como un rebaño sin guía, de que el sentido común sigue ausente y alejado, de que la escala de valores en la que nos movemos tiene que ser revisada y modificada, de que el modelo de crecimiento económico y moral se mueve en unas contradicciones insufribles y de que todo anda un poco manga por hombro.

De momento reniego de esa masa que sin control gritaba ante la ventana de una familia indefensa y a merced del alboroto, y exijo, como vecino que paga impuestos, que nuestras autoridades se esfuercen en poner las cosas en su sitio y en jerarquizar y priorizar decisiones. Los jóvenes tienen derecho a sus reuniones, claro. Búsquense lugares apropiados, pero respétense los derechos más elementales de todos los vecinos. Los industriales deberían pensar un poco más en la contradicción en que se incurre cuando se promociona cualquier tipo de fiestas (con frecuencia de manera vergonzosa) con tal de que crezca el negocio, y los aspavientos que hacemos cuando el asunto se ha desbordado. Los educadores algo tendrían que decir en sus apreciaciones sobre lo que sucede. Y todos tendríamos que pensar serenamente qué es lo que estamos haciendo para que ocurra todo esto. Yo me siento abochornado de las personas que vociferaban en las imágenes y así lo dejo dicho. Ah, y de muchas más cosas.

miércoles, 2 de julio de 2008

DETRÁS DE ALGUNA LOMA

Es el aire el que orea la montaña. Las crestas se pinchan en las nubes y a su contacto se ven manar fuentes de algodón que corren ladera abajo hasta alcanzar el valle y rellenar los lagos que se filtran en el interior de la tierra. Después suben en chorro nuevamente formando una noria líquida en la que se montan las gotas en día de fiesta. Cuando se asoma el sol sembrando sus bombillas, se cierra la amplitud del universo, se concretan los hitos y se funde el tiempo.
Detrás de alguna loma se abre un sendero al fresco de la tarde. Por él surcan sus trenzas las muchachas diáfanas de luz y de misterio. Saltan y sobre sus cabezas el aire dibuja alegres formas, ríen y en los sonidos de sus risas se graban melodías. Nada es ajeno al aire y a la simetría verde de los árboles. Tampoco mis deseos ni mis ansias, que buscan en el despertar del día lugares que son míos. Por el mismo sendero que surcan las muchachas he visto arder el fuego de los lirios, la sinrazón del canto de los pájaros.
Después, en un lejano tiempo y en un extraño espacio, la luz se templa y abre otros caminos más lentos y más próximos. Suena el reloj y deja sus sonidos al amparo del eco de los aires, a la recta simetría de las peñas. Más abajo, los hombres; más arriba, la luz. Y yo, ¿dónde?, ¿por dónde?, ¿hacia dónde?, ¿desde dónde?
En mi interior se abrieron abanicos que despertaron luz y sentimientos, ausencias y presencias, visiones y cegueras, día y noche, la paz y la concordia.

martes, 1 de julio de 2008

EL MANIFIESTO

Las sociedades occidentales de hoy parecen manifestódromos. Las causas son muchas veces variopintas y pintorescas. Hay quien se manifiesta por el valor de la patata, por el convenio de la pesca o por el orgullo gay, otros lo hacen por una cosa que llaman familia (muchos de los que van no la poseen), o por haber ganado un campeonato o hasta por la necesidad de anillar al pavo real. En la era de las comunicaciones, los medios utilizados son también muy variados: se habilitan espacios, se ponen autobuses, se hacen colectas en la misas, se llenan carreteras, se cuelgan textos en internet, o simplemente se cuelgan papeles en las paredes o se extienden en la mesas.
Circula desde hace unos días un Manifiesto que dice recoger unas peticiones acerca del uso del castellano como lengua común. Con la iglesia hemos topado. Tema recurrente para unos y tabú para otros. Conozco el contenido del manifiesto y tengo que decir que, como me sucede con demasiada frecuencia, hay aspectos que me parecen positivos y otros que no sé por dónde cogerlos. Los más legalistas acuden a los textos constitucionales en su amparo, pero deberían leerlos con calma y aplicarlos en su medida justa. Creo, una vez más, que la realidad supera a la legalidad y que la vida desborda el significado de esas palabras bienintencionadas. En el otro lado de la trinchera se sitúan los que creen que las lenguas se pueden imponer como si se tratara de algo fácilmente manipulable o que se pudiera aplicar por la fuera.
¿Y yo qué pienso de todo esto? Pues tengo la sensación de que todos tienen parte de razón. La tienen los legalistas porque los textos están ahí y regulan la vida de los ciudadanos, y la tienen los de la otra trinchera (los nacionalistas) porque las lenguas también pueden ser impulsadas o pueden ser dejadas “del salón en el ángulo oscuro”, hasta que el polvo las sepulte en el olvido. Todo es verdad. La salvación, otra vez, tiene que venir de la mano del sentido común y de la buena voluntad. ¿Qué sentido tiene obligar a cambiar la lengua a un extremeño de origen o de ascendencia, o a un catalán que habla catalán con su familia y con sus vecinos? No es lo mejor forzar el uso de una lengua, pero tampoco es malo cuidarla y mimarla según la situación en la que se encuentre.
Luego vienen las otras variables, que son muchas y a veces muy importantes. Hay manifiestos con los que se puede estar de acuerdo pero que exigen firmas por separado porque es mejor no confundirse con algunos agitadores profesionales; o manifiestos que obedecen sencillamente a intereses de otro tipo que poco tienen que ver con lo que se promociona; o momentos que parecen elegidos para molestar sencillamente.
Siempre que me toca hablar en público de este tema, apelo a dos coordenadas que me parecen fundamentales: a) La riqueza que supone la existencia de cualquier lengua y lo bueno que resulta cuidarlas a todas; b) La necesidad de la buena voluntad como medio para subsanar todos los vacíos de los textos y las exageraciones de los interesados en otros asuntos y que utilizan las lenguas como pretextos y agitaalmas.
Todo lo demás es exceso, mala leche y enfrentamientos aldeanos. Me parece que en este país seguimos con la vista corta y con el cuchillo afilado. Mala cosa.